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Archivo Borja

Mientras hubo dinero para canapés y burbujas, todo fue rodado porque, en los momentos de plenitud, hablar de moral es un coñazo y quien lo hace, un penitente en un burdel. Hasta que llegaron (en alemán) los mandatos de la austeridad impuesta ¿Se imaginan una celebración, por todo lo alto, con prelados de la Iglesia, un miembro de la Familia Real (con su séquito y custodios), una casa de seguros (seguro que entonces se construían muchas casas), mi amigo Alfons Llorenç como insuperable jefe de ceremonias (se movía como el camarlengo del papa en un cónclave de cardenales) y, como anfitrión, a un editor independentista? Pues eso ocurrió hacia el 2007 en Octubre-Centre de Cultura Contemporània y lo vieron estos ojos.

Allí estaba el obispo alcoyano Josep Sanús y el canónigo Ramón Arnau, el jefe de los archivos vaticanos (los corrientes y los secretos), Luca Carboni, y el entonces esposo de la infanta Elena, don Jaime de Marichalar, que siempre tuvo esa desmesura que le acortaba cualquier pantalón y el perfil algo equino que le daba derecho a ingresar en la numismática. Los guardaespaldas, aunque parezca mentira, no estaban allí para detener a Eliseu Climent, ni estaban los prelados para reconfortarlo espiritualmente. Todo eran parabienes en torno al archivo de los Borja que Climent se trajo a Valencia bajo especie digital „630 DVDs„ que la Generalitat Valenciana no quiso o por el que no manifestó ningún interés, pero que siete años mas tarde, adquirió otra copia de lo mismo, el Vaticano te hace las que quieras: 52.000 euros, tarifa plana.

La exconsellera Maria José Català estaba despechada: el editor había metido mano al patrimonio documental de los valencianos más famosos (con permiso de Camilo Sesto, que también suena a pontífice). Parece que se impondrá el sentido común y que alguien ordenará y hará inventario de los 2,5 millones de documentos de modo que podamos explotar las confidencias de aquellos Borja cuyo esplendor mundano superó, con creces, su piedad, lo que podría ser el epitafio de cualquiera. Menos mal que vino Lutero.

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