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Los arquitectos y Calatrava

Qué raros somos aquí en la periferia invisible. La valenciana es una sociedad que se conforma con poco, que festeja un emoticono en watsap -a Eugeni Alemany lo besan por la calle- o quema sus mitos fácilmente. Ahora le toca de nuevo a Santiago Calatrava. No es cierto que los arquitectos -salvo grimosas excepciones- pertenezcan a un régimen. La arquitectura es un reflejo social y su imaginario se construye en función de ciclos socioeconómicos y no políticos. Se vuelve a hablar sobre arquitectos -no sobre arquitectura- y más concretamente para vilipendiar a nuestro maestro de obras más universal. La polémica sobre la elección de su nonato pirulí como figura central de la falla del Ayuntamiento se nos antoja forzada y pueril. Tiene más enjundia, en cambio, cómo el genio de Benimàmet influye en su gremio, cuestión que entronca con la atávica colisión entre la arquitectura práctica y la especulativa.

Adversarios. Los más feroces críticos de Calatrava -muchos de ellos legos en el oficio- ven en el alarife afincado en Suiza nada menos que al Albert Speer del Partido Popular cuando, es archisabido, fue el Consell de Joan Lerma -visionarios- quien lo descubrió. La alternancia política puso en bandeja al PP un perfil creativo apropiado para el discurso megalomaníaco constituyéndose en un símbolo de nuestra historia reciente. Calatrava es el arquitecto de una etapa de nuestro Regne -no de un gobierno- pero es en el campo estrictamente profesional donde hiere más sensibilidades.

Agujero negro. No cabe duda de que su figura ha actuado como un agujero negro cósmico en el que se ha zambullido la clase media del gremio tragándose incluso todo el Docomomo. La ciudad está repleta de recientes, funcionales y sublimes obras, realizadas por excelentes arquitectos, pero sus nombres parecen irrelevantes. La intrascendencia acompaña a los creadores del Muvim, el Matadero de la Petxina u otros edificios singulares, fabulosos y que funcionan. Pero Calatrava -primer pecado- concentró todos los focos. Además, esa falta de relevo no es exclusiva del mundo de la arquitectura porque el legado artístico reciente está firmado por un star system ilustre pero sin sustitutos visibles: Alfaro, el Equipo Crónica, Carmen Calvo...

Fallero. Curiosamente llama la atención que sean las Fallas el escenario elegido ahora para atizar las brasas. Con afán denigratorio a Calatrava le afeaban que su praxis alegórica y su monumentalismo desbordado fuera, efectivamente, una arquitectura «fallera». A Gaudí, precursor del efectismo goticista calatraviano, sus paisanos jamás le juzgaron por su ornamentalismo. Es curioso que quien usaba el truco fallero para desprestigiar ahora lo blanda para apuntalar su mensaje crítico. Ignoran, seguramente, que hay arquitectos que plantaron falla: Castellfabib o Nou Campanar son ejemplos recientes.

Cambio de régimen. Cuando el PP sustituyó al PSPV en la Generalitat en el 1995 vetó la torre de telecomunicaciones que se iba a levantar pero -astutamente- recogió el guante ofrecido por los socialistas. Lerma había puesto en bandeja a Zaplana el modelo icónico y los populares solo tuvieron que dejarse arrastrar por su grandeur y en su mensaje de grandilocuencia constructiva. Existiendo un maestro protouniversal ¿por qué no amortizarlo? Personalmente, tras conocer al protagonista en Berlín en un café junto al rio Spree, fui consciente de que estaba gestándose una forma de trascender, se estaba configurando la figura del arquitecto valenciano más universal -con obras en cuatro continentes- aunque todavía lejos del más prolífico e influyente de los nuestros: Rafael Guastavino, padre de 1.000 edificios, con 300 de ellos en Nueva York y 100 en Boston e inspirador de técnicas constructivas que hicieron escuela mundial. Pero desconocido hasta hoy.

La arquitectura espectáculo. Fue un fenómeno que como la política espectáculo o el fútbol espectáculo, había llegado para quedarse y representó el fiel reflejo de una sociedad que deseaba aparentar y mostrar su empuje por encima de sus posibilidades. Calatrava se aplicó en el encargo pero dejó un escenario con demasiadas penumbras. Se le valora su arquitectura trascendente y monumental. Se le reprocha la disfuncionalidad de algunos proyectos, como ese puente con unas muletas añadidas o esas goteras en el Ágora del Tenis, retransmitidas urbi et orbe por. El pecado capital de este ingeniero antes que arquitecto espurio es haber deslumbrado al mundo con éxitos que ocultan graves deficiencias. A Don Santiago se le escapa la superescala. La gran obra como símbolo resulta incompatible con el individuo, insignificante, prescindible entonces. Que falte una escalera anti incendios o un baño para discapacitados podría ser un mal menor. Que la factura para reparar un Palau de les Arts inundado y construido en el lecho de un río equivalga a cuatro centros de infantil y primaria ya no es pecata minuta.

La historia le absolverá

Calatrava también es víctima. Se le ha despreciado en su casa. Le inundaron un puente perfecto con farolas infames -Puente de la Exposición-, o le dejaron inconcluso el del 9 de Octubre con su laguna seca. Ha sufrido la más rancia persecución política y le achacan los sobrecostes cuando, seguramente, los focos deben dirigirse a quien fuerza a los arquitectos a acabar sus obras en función los de ciclos políticos y no de los constructivos. Le ha perjudicado el estajanovismo de quien le adjudicó 4 de los últimos 5 puentes que se construyeron en la ciudad, como si no hubiera otros compañeros. O el encargo de obras inútiles. Pero la historia le absolverá. Perdurará la Valencia de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, relegado el Micalet de Pere Balaguer -otro arquitecto masivo- a entrañable tío mayor que va envejeciendo pacíficamente y con el cariño de los suyos.

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