Recientemente se celebró un almuerzo en el Club Jaume I de Valencia, con la asistencia de Ramon Ferrer, presidente de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, y Federico Martínez Roda, decano de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana, en el que ambos pusieron de manifiesto la voluntad de las dos instituciones para llegar a una declaración conjunta con los puntos de coincidencia en el tema de la lengua. Días más tarde, encuentro a Enric Esteve, presidente de Lo Rat Penat y me dice que lo que hace falta es «raonar», lo que trae a mi memoria mi participación, hace ya algún tiempo, en el programa Raonem, de Levante TV, sobre el Valencianisme del segle XXI, junto a Martí Domínguez, Vicent Flor y Vicent Soler, señalando idéntica voluntad de entendimiento. ¿Qué más hace falta hoy para cerrar un acuerdo deseado por todos los valencianos a quienes el tema de la lengua les preocupa verdaderamente? ¿Qué papel corresponde a los representantes de las instituciones más significativas? La lengua debe obtener una aceptación definitiva de la mano del acuerdo, acabando con el enfrentamiento.

Efectivamente, la lengua propia, el valenciano, la lengua de los valencianos, no se habla en todas las comarcas del país, el territorio es alargado, lo que ha dificultado históricamente la comunicación entre ellas, y la globalización ha venido a complicar su utilización. El nombre de la misma „como el del gentilicio común para todos los valencianos„ siempre resultó conflictivo. Sin embargo, ha llegado el momento de poner fin a esta anómala situación. Y la lengua y el nombre de la misma debe ser aceptado por todos, con las particularidades e historia que le corresponde como lengua de los valencianos, valenciano, como el gallego lo es de los gallegos, sin que ello suponga distraerla del tronco común al que pertenece, como interpreta María del Mar Bonet en su dulce mallorquín: «Els mots que canta la gent, vives paraules que entenc, que tots parlam es mateix». Cantos de nuestra gente, palabras que entendemos, que sentimos nos son propias.

Los caminos para el reencuentro con nuestra identidad, pasan, una vez más, por el reencuentro con nosotros mismos, ofreciendo la mejor condición de nuestra ciudadanía, tanto a quienes aquí nacieron, con cultura y linaje desigual, como a quienes aquí tuvieron que inmigrar. Sólo así lograremos, y no sin esfuerzo, mantener una identidad propi, en la cual las cuestiones económicas no son ajenas a las razones culturales. Y, entre éstas, la de la lengua como fundamental. Todas ellas son necesarias para evitar la falta de visibilidad de un pueblo, cuyas diferencias las instituciones deben contribuir a superar y no a agrandar. Razonando, ganamos todos; efectivamente, raonant para evitar lo que, ya hace más de cinco siglos, el gran poeta del siglo de oro valenciano, Jaume Roig, advertía: «Tots altercaven e disputaven. Qui menys sabia, més hi mentia, e tots parlaven, no s´escoltaven». ¿Serán capaces los representantes institucionales de escucharse?