La comisión de investigación del accidente del metro del 3 de julio de 2006 en el que murieron 43 personas y resultaron heridas 47 está dejando titulares para centrifugar el estómago de media Valencia. Las declaraciones de quienes más luz deberían aportar parecen más un trámite que otra cosa. Con cada respuesta deben perder el aliento quienes han luchado por no olvidar. El siniestro se enterró el mismo día que sucedió. Antes que a sus muertos, es lo único claro.

No borro esa expresión de Beatriz Garrote al referirse a las concentraciones en la Plaza de la Virgen el tercer día de cada mes. «Cuatro locos en una esquina». ¿Por qué iba a decir la presidenta de la Asociación de las Víctimas eso si el mismísimo Francisco Camps estuvo con las familias desde el primer minuto, según ha afirmado? Un presidente de la Generalitat que buscó la cercanía y cuyo Consell fue, en sus propias palabras, toda una oficina de comunicación, no entiendo cómo pudo permitir que durante años le reclamaran una reunión que nunca concedió. Quizá el concepto de cercanía es distinto y las familias buscaban algo más que estar presentes en las oraciones, imagino yo.

Tampoco ayudó que Canal 9 no alterara su programación el día del accidente. Ni que los trabajadores denunciaran después injerencias a la hora de informar sobre el siniestro. ¿Por qué pidieron perdón a las víctimas y admitieron el apagón informativo el día que se cerraba la televisión? Escuchar a la exjefa de prensa de la Generalitat sostener que hubo vocación de informar y no de ocultar suena a hueco. ¿Cuántas veces fue la televisión pública a la Plaza de la Virgen a cubrir esas concentraciones? También sostienen que el siniestro era «imprevisible e inevitable». Este diario tiene en su archivo fotográfico las pruebas de que ya habían sufrido otros accidentes. Y que FGV mintió. ¿Entonces, era imprevisible e inevitable?

Otro testimonio demoledor ha sido el del exconseller Juan Cotino con las visitas a las casas de 35 familias afectadas desde la misma noche del accidente. Fue «porque le dio la gana» ha apuntado él. Pero, ¿no hubiera resultado más transparente y justo y menos intimidatorio reunirlos a todos en las dependencias del Palau e informarlos?

Fueron olvidados durante ocho años. Olvidados, matizo, por quien nunca debieron estarlo. La Administración. De esta segunda comisión de investigación hay algo que todavía no queda claro a sus responsables. No buscaba culpas, sólo luz. Los dirigentes públicos, que están porque quieren, están al servicio de los ciudadanos. No para contraprogramar, ni para visitar de hurtadillas por la noche, ni para pedir perdón cuando todo está perdido. La responsabilidad va con el sueldo. Ninguno dejó de cobrarlo. Pero ninguno investigó, informó o denunció como tocaba. O no estarían donde están dando explicaciones ahora. Y la culpa se juzga en los tribunales y el perdón se expía en las iglesias.