Hace unos días tuve ocasión de discutir con un grupo de empresarios madrileños la tesis fundamental de mi libro sobre populismo; a saber, que este es la respuesta inevitable a los desajustes y desequilibrios que sobre la sociedad produce el neoliberalismo. Esta tesis requiere muchos matices y soy consciente de ello. Neoliberalismo se ha convertido en una palabra comodín y no describe una ideología concreta ni un planteamiento definido. Pero sea lo que sea el neoliberalismo, este no es la razón más profunda que hace inevitable la reacción populista. Por lo demás, la causa de la inestabilidad social que prepara el populismo no es una sola. Por debajo del neoliberalismo, que al fin y al cabo es la representación subjetiva de un proceso material, hay algo más profundo. Es la segunda globalización, que está en marcha desde la plena incorporación de China al mercado mundial.

Mis interlocutores se mostraron sorprendidos cuando les dije que no es el neoliberalismo, sino la segunda globalización el proceso de fondo que favorece el populismo. Ese proceso objetivo nos pone en situación de despertar formaciones populistas. De forma clara repetí la tesis de mi libro: el populismo del futuro no se ha presentado todavía. Podemos tiene un momento populista formal, pero en realidad su programa es regeneracionista y aspira a una reforma constitucional que dignifique la política, mejore la estructura de la representación y permita solucionar la arquitectura del Estado y el problema nacionalista, algo que las fuerzas políticas tradicionales no saben resolver. Desde el punto de vista social o material, Podemos aspira a realizar una política de izquierda popular con salvaguarda económica para las clases empobrecidas y sumidas en el precariato. Esto no se podrá llevar a cabo sin activar de algún modo un sentido más fuerte de la soberanía popular, pero esa política en sí misma no presenta los peligros de las formaciones políticas populistas sustanciales en las formas y en los contenidos. Podemos y sus socios se sitúan en una primera fase de respuesta popular y, en cierto modo, son la mejor vacuna contra los peligros de una grave enfermedad populista.

No, el peligro y la irresponsabilidad no están del lado de Podemos. Entre nosotros es más peligroso no atender por más tiempo estas reclamaciones populares, en las que se cruzan las demandas regeneracionistas, distributivas y nacionalistas. La impasividad y la incapacidad de las élites políticas españolas, por el contrario, puede ser la mejor manera de avanzar hacia una situación que aumente la inestabilidad. Pero letal será si la parálisis política se mezclase con otros elementos críticos. En el Este europeo, por ejemplo, la causa principal de la degradación populista no es la globalización económica, sino más bien la exposición a la presión migratoria de la frontera musulmana, inestable y porosa, controlada por los dos enemigos tradicionales del Este europeo: Rusia y Turquía, mucho más poderosas que las fragmentadas naciones eslavas, sobre todo cuando el gran tapón serbio ha perdido entidad y cuando hay señales de que en la crisis siria aquellas dos grandes potencias no tienen intereses divergentes.

Este es un rodeo para recordar que no es la segunda globalización, per se, la causa de la inestabilidad. El capitalismo necesita globalización y ninguna comprensión del capitalismo puede eliminarla. Marx sabía de la dimensión universal del proceso productivo capitalista. Por lo demás, no imaginamos alternativa al capitalismo, por lo que la globalización se intentará una y otra vez. El problema reside en la ideología que no tiene en cuenta otra cosa que la dimensión económica del proceso, esa gobernanza miope. Podemos llamar a este pensamiento neoliberalismo. Su tesis sería que la globalización, como proceso exclusivamente económico, será tanto más exitosa cuanto más libre se dé respecto de otros puntos de vista. Esto es un error. La presión que contempla la globalización como un proceso exclusivamente económico viene de dos focos: Estados Unidos y China. Uno, porque el homo economicus es el heredero del puritano, cuando este ya no alberga premisas culturales; el otro, porque sólo hay algo más despiadado y materialista que el heredero del viejo puritano, y este es el gentleman del mandarinato confucionista. El primero „como Trump„ cuenta con que el pueblo americano asuma el individualismo del homo economicus. El segundo cuenta con el sentido de la familia china para taponar los desastres humanos, antes de que tenga que intervenir el sentido autoritario de la política estatal.

La de hoy es una globalización bajo condiciones de neoliberalismo, desde el punto de vista exclusivamente económico forjado por la alianza de Estados Unidos y China, e impuesta al resto del mundo no sin poderes sutilmente imperiales. EE UU aspira a seguir siendo hegemónico bajo estas condiciones, y China espera construir un mundo que respete a su gran nación. Bajo estas condiciones, otras culturas y sociedades que tienen todavía un politeísmo de valores, y que no se rigen en exclusiva por el homo economicus, se alzan contra las consecuencias extremas de esa forma de entender la globalización. Lo que emerge de esta resistencia es un claro rearme de la soberanía política, y ello en proporción a la insensibilidad política de la globalización neoliberal. Si esta se presenta como una absolutización de la esfera económica, entonces la política reaccionará autoelevándose a esfera absoluta. Esa es la promesa de la soberanía. Contra un dios absoluto, solo otro dios absoluto.

Las batallas entre dioses absolutos nunca producen victorias claras. Más bien generan procesos de péndulo con final catastrófico. Sabemos el resultado de esta historia por la experiencia latinoamericana, que está expuesta a una presión de globalización neoliberal más intensa que Europa. El problema será cuando en algún territorio no periférico de la globalización emerja la política absoluta de la soberanía. Esto solo se podrá hacer sobre programas proteccionistas. Quizá al principio eso funcionaría. Pero hoy resulta evidente que el efecto contractivo que produciría el fracaso de la globalización y una política de soberanía política, llevaría por doquier a regímenes de escalada. Esa crisis sólo podría intensificar los movimientos de apoyo soberano y retroalimentaría el poder soberano. Por decirlo con una comparación histórica: en los primeros años del siglo XX, la primera globalización generó problemas iniciales, desde luego; pero fueron agravados cuando para resolverlos se intensificaron las exigencias de la soberanía en la escalada del nacionalismo que llevó a la I Guerra Mundial.

Hablamos de un proceso de doble etapa. La globalización neoliberal intensificada sólo puede producir reacciones soberanas que la pongan en cuestión y la amenacen con fracasar. Pero si la globalización fracasa, la crisis aumentará y eso solo podrá fortalecer a los propios regímenes que la han hecho fracasar, endureciendo la soberanía con poderes especiales. En ese momento los regímenes populistas emergentes, acorralados por la crisis, conocerán la tentación autoritaria. El ejemplo de Venezuela es arquetípico en este sentido.

Así descrito el proceso, como argumentaban mis contertulios, el populismo es irrefrenable: la globalización es necesaria al capitalismo; esta lleva al populismo inicial; el populismo puede hacer fracasar la globalización, y este fracaso despliega el populismo autoritario. ¿Cómo evitar la catástrofe? La respuesta que les di es esta: una globalización equilibrada por la sensibilidad política. Esto significa una globalización con pluriversum político equilibrado. ¿Es de este tipo la que padecemos? No. Desde su origen, la segunda globalización lleva el estigma de su desequilibrio. Fue diseñada para acabar con la posición de la URSS, y ahora sigue dejando a Rusia fuera de juego (con la política de sanciones que cortocircuita su comercio con Europa). Y la pregunta es si la corrección de la globalización que implica el TTIP y su equivalente para el Pacífico va en la línea del pluriversum equilibrado que dotaría a la globalización de una sensibilidad política. Tampoco. Al contrario, intensifica la insensibilidad y el desequilibrio. Esa es la razón más profunda del riesgo que nos amenaza. Sobre ello hablaremos la semana que viene.