Como es sabido, el mal de altura, característico del que asciende rápidamente a altas cumbres, genera mareos y alteración cognitiva debido a la escasez de oxígeno. Pero dicha patología también puede afectar a los que ascienden a otro tipo de cúspide, por ejemplo a los políticos. En esta variante del mal de altura, los afectados „casi todos excepto el expresidente de Uruguay Pepe Mujica y alguno más„ sufren un repentino olvido de las condiciones reales de la existencia, dado que desde la cumbre su visión es grandiosa, y esa efervescencia que sienten les hace de pronto considerarse con poderes especiales para cambiar el curso de las cosas.

Recordemos a José Luis Rodríguez Zapatero en un programa televisivo, que no sabía lo que valía un café en un bar, o a José María Aznar feliz de codearse con George W. Bush y poner los pies sobre la mesilla presidencial, aunque para ello hubiera que participar en una guerra a la que casi ningún español quería ir. No olvidemos a Felipe González predicando contra el capitalismo y la OTAN e intentando luego que el referéndum nos permitiera seguir en ese club de poderosos. Y cómo no, a Mariano Rajoy haciendo estos años en el Gobierno todo lo contrario de lo que afirmaba en la campaña electoral, con toda naturalidad, embargado por el mal de las alturas.

En su variante actual, dicho mal hace que cualquier discurso político previo pueda ser perfectamente invertible, con el fin de intentar alcanzar la cumbre prometida. Sería el caso de la rápida amistad actual entre IU y Podemos, cuando no hace muchos meses atrás se dedicaron a criticarse con saña; o la escenificación del acuerdo fallido entre PSOE y Ciudadanos, cuando se suponía que representaban ideologías enfrentadas, si es que todavía quedan rescoldos de ideología en los actuales partidos políticos. Pero hay que reconocer que el más lineal es el PP de Rajoy, seguro de que a pesar de ser el partido que encarna como ninguno la corrupción estructural, el pueblo español le seguirá premiando como el partido más votado.

La cumbre es siempre un lugar inhóspito, donde se debe estar poco tiempo, a riesgo de caer en el mal de altura. Culminarla sólo tiene sentido si el que sube se siente un oteador de la llanura, deseoso de regresar a ella pronto, cuidando de no desconectarse de su origen que será también su destino. Aprovechará la nueva perspectiva desde la cima para informar y tratar de beneficiar sin engaños a los que habitan el llano, sin intentar subir a toda su familia para que disfruten de las vistas exclusivas, cortando las cuerdas para que nadie más suba y, a ser posible, no bajar más.