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Cabezazos

Mientras medio país cuenta las horas que restan para la final de la Champions, en mi cabeza todavía golpean algunas secuencias perturbadoras vistas en la Copa del Rey y que pasados unos días todavía no consigo olvidar. No hablo de las esteladas, ni del típico tratamiento periodístico al que se sometió a los seguidores catalanes desde los medios de la España central. Eso ya me aburre, porque es más de lo mismo cada año. Una vez terminaron los tradicionales silbidos, desde mi confeso desconocimiento futbolístico, observé a un jugador que se llama Luis Suárez romper a llorar desconsoladamente. Estaba en el banquillo y se tapaba la cara para que más de diez millones de espectadores no vieran sus lágrimas. Me preocupé ante tal drama, hasta que supe que le hacía daño el corazón porque se había lastimado el muslo derecho, espero que se recupere pronto y sonría de nuevo€

Después me aterroricé con un primerísimo plano de Messi dispuesto a tirar una falta. De repente, lanzó un gran escupitajo que en mi pantalla de 46 pulgadas parecía tan grande que casi siento cómo salpica en mi cara. El mejor jugador del mundo no fue del único, porque el césped del Calderón acabó la velada pisado e hidratado a partes iguales. El H2O también lo aportó un aficionado que tuvo la idea de lanzar una botella a la portería, aunque lo peor estaba por venir. En la eterna segunda parte hubo un momento poligonero en el que Neymar se transformó en macho cabrío y en un alarde máximo garrulo, juntó su cabeza contra la de Vicente Iborra, apretó fuerte y le abrió su boca para gritar con fuerza algo que no se escuchó pero parecía bastante violento. Por menos en Gran Hermano se han ganado una expulsión, pero aquí no, porque además metió un gol y todos contentos. Pensé en mi sobrino cuando hace poco le dijo a su peluquera que quería el pelo del brasileño. Me hubiese gustado más que hubiese pedido el del patinador Javier Fernández, aunque pensándolo mejor, el de Neymar está socialmente mejor visto...

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