Casi todos los escritores y guionistas que formaron la lista negra de los diez durante la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas (creado por senador McCarthy en 1947) habían apoyado al bando republicano español durante la guerra civil de 1936. Dalton Trumbo (autor de Johnny cogió su fusil, Espartaco, Papillón o Vacaciones en Roma) fue una de las víctimas del famoso tribunal estadounidense, que injería en la libertad de pensamiento, de expresión y vida personal. Fue condenado, declarado persona non grata, encarcelado junto a sus compañeros y a no trabajar, acusados de su pertenencia al Partido Comunista.

Aquel ataque fervoroso fue directo hacia un colectivo glamuroso y admirado por el gran público gringo: Hollywood y algunos personajes políticos. Consistió en fomentar el odio contra la antigua URRS, China, Corea y todos aquellos países con gobiernos socialistas sospechosos de conspirar contra EE UU. Por tanto, el tribunal obligó a Trumbo a declararse culpable y a lavar su culpa si delataba a sus compañeros. No lo hizo, ni lo hizo ninguno de los diez. Los delatores más famosos fueron Edward G. Robinson, Elia Kazan y Hedda Hopper.

La película Trumbo narra la vida de un ciudadano americano que obtuvo numerosos premios literarios antes de ser borrado de los títulos de crédito como guionista de las oscarizadas películas que escribió gracias a la lealtad de sus compañeros y familia que no le dieron la espalda. Sabían que además de ser uno de los mejores escritores e inventor de argumentos pertenecía a esa clase de personas generosas, fiel a sus principios, familiar y con una lengua capaz de callar a una Hedda Hopper (la actriz y columnista de sociedad más cruel y sádica de Hollywood, aupadora, delatora y arruinadora de vidas profesionales de artistas).

El filme despierta pasión en la sala, quizás porque nos traslada a uno de los episodios más deshonrosos y terribles dentro de la democracia estadounidense. Trumbo se convierte en un héroe humano, coherente, muy culto, cuyo delito fue ser comunista (sin cuernos, sin armas, ni diabólico) no querer confesarlo ante el Comité y negarse a delatar a sus compañeros. Ese tipo de héroes que ponía en boca y acción de sus personajes como Espartaco (Kirk Douglas) lo que él pensaba y defendía. Le costó trabajar en el mercado negro de Hollywood con otros nombres, salario de miseria, sin figurar en títulos de crédito y sin poder recoger los Oscars hasta un año antes de su fallecimiento.