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El alegre fútbol

La recopilación de los escritos de mi amigo J. V. Aleixandre, que tantas cosas hubiera podido ser en la literatura y el periodismo, pero que eligió ser un magnífico cronista deportivo, aparte de alargar nuestras tertulias preternaturales en una de las disputadas mesas de Gabi, me ha hecho revisar mis relaciones con el fútbol. Todo empezó cuando era un niño: descubrí que yo, que corría bien, trepaba con solvencia y peleaba aún mejor, era un futbolista negado. Me consumía como una novia fea y pobre tratando de encontrar pretendiente cuando se trataba de formar equipo. Tardaban tanto que solían dejarme para el final, como destrío. Juré odio eterno y luego lo barnicé con la crítica de la sociedad del espectáculo y de la idolatría del balón como opio del pueblo.

Ya sé que esta confesión tardía tiene poco interés, pero es importante para mi. Primero observé que el fútbol era un marco de pertenencia para gentes emigradas o nómadas, para sofocados y vencidos (por eso hay tantos valencianos del Barça), como lo son las fallas para la gente de Cuenca o Jaén. Tardé más en descubrir que en el fútbol de las grandes figuras y de los equipos compactos, hay un sentido de creación del juego que nada tiene que envidiar al arte más puro. Sí, ya sé que algunos negocios en torno al fútbol son menos recomendables que un autobús de convictos, pero eso también pasa en el arte, miren el Renacimiento italiano y la clase de familias que lo impulsaron. El otro día veíamos el Granada-Barça y llegó Daniel, ingeniero en Angola, que es un escocés del Celtic con la fidelidad dividida, por razones familiares, con el Chelsea. No tardó en arrancarse, a palo seco, con un himno a Caledonia cantado con su magnífica voz de tenor.

Al final he encontrado lo que me parece más importante: el fútbol favorece una evocación de acontecimientos remotos llenos de alegría, consuelo y fervor que sólo supera la política en sus fases épicas. Pero la política enseguida se vuelve normal, por suerte, sería sino muy peligrosa para la salud. Las victorias y afanes del fútbol siguen, en cambio, tan rutilantes como el primer día.

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