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Omnipresencia de Venezuela

Hace un par de semanas, la revista Vanity Fair publicó una inefable entrevista con Bertín Osborne. Ya sabrán la mayoría de ustedes que este cantante se ha convertido en los últimos años en uno de los entrevistadores más influyentes del país, y que sus entrevistas, con ese añejo y rancio sabor a los años cincuenta, baten todos los récords de audiencia. De manera que le preguntaron a Bertín a qué personaje histórico, vivo o muerto, le encantaría entrevistar. Su respuesta fue clara: a Adolf Hitler.

Poco después, el entrevistador pregunta por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y ahí Bertín es firme: «A sinvergüenzas y delincuentes procuro no tenerlos cerca y entrevistarles, menos». En resumen: a Hitler sí, pero a ´sinvergüenzas y delincuentes´ como Maduro (¡pero no como Hitler!) ni hablar. Esto tiene cierto mérito, porque Bertín ubica, en una comparación entre dos individuos, a Hitler en el lado ´bueno´. Lo que, a decir verdad, no es muy habitual.

El asunto, más allá de lo obviamente jocoso, es revelador de hasta qué punto Venezuela y lo que tenga que ver con Venezuela se ha convertido en un icono del Mal para una parte importante de la sociedad española. Muchos medios de comunicación están obsesivamente centrados en lo que allí sucede (con un enfoque informativo a veces tan sesgado y agresivo que, a menudo, haría sonrojar al diario Pravda de la era soviética), y los políticos españoles, de nuevo en campaña electoral, se dedican a hablar de Venezuela „incluso viajan allí, como Albert Rivera„ constantemente, con fervor casi religioso, y con una única excepción: Podemos. En Podemos procuran hablar lo menos posible de Venezuela, no vaya a ser que les pregunten sobre la financiación del partido. Mientras tanto, los líderes de las otras tres principales formaciones en liza (PP, PSOE y Ciudadanos) compiten entre sí a ver quién es el que denuncia con más vehemencia la miseria y los ataques a las libertades en Venezuela.

No me interpreten mal: este artículo no pretende defender la gestión del gobierno de Maduro, ni criticar la labor de la oposición; no entro a valorar eso. Lo que me interesa es responder a esta pregunta: ¿es Venezuela un caso importante y significativo? Pues, sinceramente, no creo que tanto como para ocupar páginas y páginas de los periódicos, incluyendo muchas portadas, y minutos y más minutos de televisión. Es un país ligado histórica y culturalmente con España, por cuestiones obvias; pero no es el único. Tampoco es una gran potencia, ni un país con el que España tuviera un vínculo especialmente intenso en los años anteriores a la llegada del chavismo (excepción hecha de la amistad personal entre Carlos Andrés Pérez, expresidente de Venezuela que acabó destituido por malversación de fondos públicos, y Felipe González). Y, desde luego, no puede decirse que los problemas que arrostra Venezuela, económicos, sociales y políticos, sean la excepción en un mundo que, por lo demás, es una balsa de aceite.

Sin embargo, parece que nos vemos abocados a seguir hablando de Venezuela; al menos, durante la campaña electoral, y quién sabe cuánto tiempo más. Hasta que caiga el régimen de Maduro y, una vez la oposición ocupe el poder, podamos dedicarnos a otras cosas e ignorar lo que suceda en Venezuela a partir de entonces, sea bueno o malo. Como antes de llegar Chávez. Como hacemos con la mayoría de los países que tienen problemas. En el camino, podremos ver si la «apuesta por Venezuela» tiene efectos electorales significativos. Y en qué sentido los tiene. Mientras tanto, sí que podemos decir que el énfasis político-mediático con Venezuela ha conseguido un primer resultado: que hablemos de Venezuela€ incluso aquellos a los que nos parece un tema sobrerrepresentado, contribuyendo así al efecto ´bola de nieve´.

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