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Vicente

Líos al volante

Por si no tenía bastante con mi pareja „posiblemente el peor copiloto de la tierra, incapaz de estar con la boca cerrada o aprovechar para echar una cabezadita„ ahora tengo que aguantar también a mi hijo, que anda preparándose para sacar el carné de conducir, dándome la paliza cada vez que sube conmigo al coche. Como cuando la niña empezó a conducir también me machacaba si pasaba a tercera un segundo más tarde de lo que a su juicio correspondía, no puedo asegurar que esto de criticar mis formas al volante se deba a un gen machista que aún les quede por ahí suelto a los míos. No. Creo que es la edad la que, temporalmente espero, los convierte en marisabidillas expertos en rotondas y distancias de seguridad. De nada sirve que en más de 30 años que llevo conduciendo jamás haya tenido un accidente más allá de aquel día en que, haciendo marcha atrás en el aparcamiento del centro comercial, me topé con una columna, sin más consecuencias que un bollo en la chapa. De nada sirve que no tenga multas, ni que apenas sepan nada de mí los del seguro... Ellos se empeñan en que no sé conducir. Yo creo que la culpa de esta errónea percepción de mis vástagos la tiene la rotonda de la esquina de mi casa.

En mi descarga he de decir que, cuando yo me saqué el carné allá por el pleistoceno, lo de las rotondas no existía, al menos en mi pueblo, y he tenido, como tantos otros que ir adaptándome a semejante guirigay conforme el ayuntamiento iba sustituyendo los cruces de toda la vida por infernales glorietas en vías de tres carriles. Tampoco ayuda a la hora de dar ejemplo a la chavalería que frente a la farmacia siempre haya un montón de coches en doble fila, lo que me obliga a saltarme la línea continua si no quiero pasarme la mañana esperando que a los de delante les despachen el ibuprofeno; ni que la falta de sitio donde dejar el coche en el centro te obligue a veces a aparcar «de oídas» por lo justito del hueco.

Otro tema que provoca más de una discusión familiar es el de los semáforos, y es que, cada vez que acelero ante uno en ámbar, me cae una bronca del niño que no deja pasar oportunidad de asegurarme que, si yo me examinara ahora, suspendería seguro. Es verdad, pero, ¿quién se acuerda de dónde debe ir la luz de cruce en los vehículos de tres ruedas, si la anchura es superior a 1300 mm?

En cuanto al examen práctico, claro que lo aprobaría. Ya sé que ante un semáforo en ámbar hay que parar, pero a veces en la vida real, y sin un examinador al lado, no se puede evitar pisar el acelerador o saltarse la continua, sobre todo si los mismos que te ponen verde luego te instan a correr para no llegar tarde al cine.

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