Manuel Jabois ha escrito un libro. Y esto, ya de entrada, es una buena noticia porque no lo hace con demasiada frecuencia. Yo he leído su "Irse a Madrid", la morriñosa despedida del bosque de Cecebre que dejó atrás cuando se trasladó a la capital "para escribir". También he leído "Manu", que es una hermosa carta de bienvenida a su primer hijo. Y "Grupo Salvaje", un relato autobiográfico sobre una de las pasiones más constantes en su vida: el Real Madrid.

Ahora Manuel Jabois encara en "Nos vemos en esta vida o en la otra", su nuevo trabajo, los atentados perpetrados por terroristas islamistas el 11 de Marzo de 2004 que acabaron con la vida de 192 personas tras la voladura en Madrid de varios trenes de cercanías. Para describir aquella masacre, Jabois ha conseguido una perspectiva inédita: el libro crece sobre una larga entrevista con el único menor condenado en el proceso, el avilesino Gabriel Montoya Vidal, a quien la prensa que siguió el juicio denominó "El Gitanillo". El testimonio de Babi, su alias, que tenía 16 años cuando explotaron los trenes con la dinamita que él había entregado a los terroristas islamistas, fue clave para que Emilio Suárez Trashorras, su compañero de andanzas, fuese condenado a 34.175 años de cárcel. Hace un año que Babi, El Gitanillo, decidió hablar con tranquilidad por primera vez con un periodista. Y le devolvió la llamada al reportero Manuel Jabois, que estaba allí€

Svetlana Alexiévich, la muy valiosa Nobel de Literatura de 2015, escribe en su discurso de aceptación del Premio: "Después de la guerra, Theodor Adorno se quedó trastornado: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Mi maestro Alés Adamóvich, también consideraba que escribir ficción sobre los crímenes del siglo XX es un sacrilegio. No se puede inventar. Hay que exponer la verdad tal como es. Es necesaria una "superliteratura". Es el testigo quien debe hablar".

Creo que el gran acierto de este libro de Manuel Jabois viene de haberse pegado a estas frases de Alexievich. "Nos vemos en esta vida o en la otra" es genuino periodismo, o sea, el que se dedica exclusivamente a contar cómo sucedieron las cosas. Jabois apenas aparece en el relato. El autor, nietzscheanamente, ha intuido que si el artista no puede cargar con la realidad, menos podrá con esta realidad que incluye 192 cadáveres y centenares de víctimas indirectas.

De ahí que el libro sea una reconstrucción de los hechos sucedidos desde una exacta mañana de septiembre de 2003 en que Babi y Trashorras se conocen en una céntrica calle avilesina hasta la actualidad. Y los hechos incluyen la venta de la dinamita a los terroristas, su traslado a Madrid, los atentados, el juicio, la sentencia y las relaciones a posteriori entre procesados y condenados.

O sea, que aunque Jabois sea quien escritura los hechos contra el tiempo, quien nos cuenta la historia, este relato que chorrea marginalidad, muerte y desolación, es Gabriel Montoya Vidal, Babi, El Gitanillo. Así que a los ingredientes anteriores hay que agregarle las limitaciones del protagonista. No hay elaboración alguna en su discurso sobre lo sucedido. No hay ni una sola frase suya que merezca la pena rescatar o recordar. Y tampoco el autor le acicala para que comparezca en posición respetable ante el público. Le deja ser y hablar. Tal cual es. Y aparece un menor con serias limitaciones en el plano intelectual y ético. No creo, como le cuenta a Jabois, que tenga aún dudas sobre si estuvo bien o mal lo que hizo. Creo que Babi no ha podido llegar a plantearse algo así en su cabeza. Estuvo allí sin saberlo, como estuvo Fabrizio del Dongo, entusiasta de Napoleón, en la batalla de Waterloo. Fue "un colaborador involuntario en la masacre", como se sentenció en el juicio.

El libro se lee de un tirón, casi como una novela, que dirían las señoritas finas. Jabois es un buen narrador y aprendió de maestros arosanos que el mejor escritor es el que más claro escribe y el que menos le complica la vida al lector. Le falta, si acaso, extremar la precisión y el rigor en la transcripción de algunos datos. Me contaba una compañera psiquiatra que estaba en el domicilio de un paciente que se quería suicidar pegándose un tiro y que llamó a la policía para que acudiesen cuanto antes al lugar pero que la primera pregunta que le hizo la receptora de la llamada fue que se enterase de cuántas balas tenía la pistola. Y es que las cifras son muy importantes en la vida. Incluso en esos momentos en que el corazón se te sale por la boca.

Al final del libro se echa en falta con ansiedad de adicto al narrador omnisciente al que tanto nos han acostumbrado la literatura y el periodismo amarillo. O sea, gitanillos a un lado, uno quiere que alguien le explique ¿por qué sucedieron así las cosas? Dice Arcadi Espada, maestro de periodismo, que "el énfasis sobre las causas del terrorismo es directamente proporcional a la distancia entre el lugar del terrorista y el lugar del enfático. A mayor distancia de las bombas, más insistencia en las causas". También insiste Espada en que el porqué no es una pregunta que el periodismo deba responder, que el periodismo debe dedicarse al qué, al cuándo, al cómo y al dónde. Y olvidar el why. Olvidar el porqué, no regodearse en esa pregunta, exige mucho más esfuerzo que cumplimentar las otras cuatro instancias. Pero ahí es donde aparece la fortaleza del periodista: cuando, como Onán, no renuncia a acostarse con la viuda de su hermano, su cuñada Tamar, como ordena la ley judía, pero eyacula en la tierra. El periodista debe dejarle ese último golpe de riñón, la construcción del porqué, al lector si es que respeta su inteligencia. El título del libro es una frase de Jamal Ahmidan, "El Chino", uno de los terroristas, muerto en Leganés después de los atentados. Un día al amanecer, después de todos los viajes a Mina Conchita, transportada toda la dinamita, el Chino se despidió de Babi y de Trashorras extendiéndoles la mano y diciéndoles: «Nos vemos en esta vida o en la otra». El porqué, la causa de esta terrible historia está en la portada, en letras bien grandes, claras y rotondas. Jabois, Espada, el Jyllands, Charlie-Hebdo y muchos otros hablan. La Causa actúa.