El verdadero problema, el problema de fondo, no son los dicterios contra la concertada, sino los buches de donde salen; no es la vetustez argumental, sino el bandullo en que se cuece y los bofes que le dan aliento. Las ideas viejas necesitan corpachones de lo mismo para no arraigar en falso y buscan cerebros obsoletos, mentalidades revenidas, intenciones correosas y tropa de abundante colorido pero escasa disciplina. Da la impresión de que para embotellar los apóstrofes a la concertada se han desatascado manantiales que llevaban siglos olvidados, ocultos bajo hipnosis digitales y alegrones económicos; que ha vuelto a la vida, galvanizado, el ejército de terracota, la soldadesca de Amenhotep o el pelotón de las tinieblas.

Lo malo es que las ideas decrépitas, para trabar batalla, necesitan adversarios tan decadentes y achacosos como ellas, y no hallándolos en su época los espigan en otra. De modo que la facción anticoncierto educativo ha escarbado el pasado en busca de fantasmas a su medida y ha soltado en el palenque, traído por los pelos, aquel umbraliano bigotillo de postguerra, el bigotillo franquista y requeté, la pelusa intolerante y espantable, para que los pertrechos no desentonen. Se viste a la concertada con harapos del medievo para silogizar contra ella sin hacer el ridículo; se la disfraza de Inquisición para poder imputarle arbitrariedades; se le adhieren pegotes para denunciarle suciedades; se la dibuja según conviene a los que no quieren aceptar su brillante, rentable, preferidísima y eficaz realidad.

Son pretextos trasnochados y forzados que sólo consiguen resaltar lo injustificado e intempestivo de tantos ataques. Los que combaten todavía el espectro franquista; los del pública, laica y en valenciano como sinónimos de libertaria, vengativa e impositiva; los que huyen despavoridos de los uniformes, las jornadas partidas y los buenos resultados obtenidos con esfuerzo nos quieren hacer ver bigotillos y torquemadas por doquier; necesitan vivir en „y contra„ una España castiza y pasodoblera que únicamente perdura en el Nodo y en las películas de Cifesa.

Estos políticos de ideario encurtido y raíz amojamada recorren el deambulatorio de la miseria y el reduccionismo, de la manía persecutoria y el odio de panfleto y gorro frigio. El arreglo escolar ha sido un zapatazo a voleo, un primer tiento a la enseñanza concertada. Lo siguiente será el bastonazo recio, calculado, concienzudo, seco; el bastonazo estentóreo que hará crujir el espinazo del derecho que asiste a todos los padres y a todos los alumnos. El sueño tricolor y apolillado de la nueva razón educativa produce monstruos inverosímiles, monstruos delirados y retorcidos, monstruos dalinianos y pasados de moda. La conselleria del ramo se va convirtiendo en una quinta del sordo con las paredes llenas de anticlericalismo, cinismo y sectarismo; sin política, sin moderación, sin diálogo: pura tirria. Pero lo cierto es que sus anacronismos no encuentran eco. En los colegios concertados no hay bigotillos franquistas ni pupilajes draconianos: hay mucho nivel, mucha ilusión y un algo más, altruista, vocacional y siempre complementario de lo público.

No cuelan las alucinaciones y quimeras que pretenden imponer las rebeldías de instituto, los activismos de pancarta y graffiti que han pactado el poder con alborozo de revolucionario ruso y talante antiparlamentario. No cuelan porque su arbitrariedad y su intolerancia los desacredita, y porque dejan ver a su través un panorama frustrante de imposiciones y carencias. Dicen que habrá mesura; que no saquearán, guadaña en mano, la concertada; pero se masca la tragedia: un desconcierto educativo y social cuyas consecuencias no saldrán a relucir hasta dentro de algunos lustros, cuando los causantes ya estén durmiendo la mona del cargo.