En esta historia, que se repite periódica y cansinamente, hay dos polos en tensión: en uno se mueven colectivos o personas que están esperando a que uno de los residentes en el otro polo asome en cualquier momento y lugar con declaraciones ardorosas. Ese residente principal es Antonio Cañizares; y los que saben que nunca les defraudará forman parte o simpatizan con organizaciones LGBT, acrónimo que en algunos países se extiende a LGBTQPI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer, pansexuales e intersexuales). Quede bien claro que no estamos bromeando con estos asuntos y para ello apelamos a la Comisión de Derechos Humanos de Australia que recientemente ha definido un total de 23 identidades sexuales que han de ser protegidas de cualquier fobia o agresión social.

Esta clasificación se basa en la combinación de tres circunstancias: el sexo, la identidad de género y la orientación sexual de cada persona, pero se vuelve mucho más complejo cuando, por ejemplo, respecto al sexo no sólo se tienen en cuenta las características fisiológicas (naturales o adquiridas), sino la percepción psicológica que el individuo tenga de sí mismo. Por esa vía, se queda pequeño todo acrónimo, por muy largo que sea, ya que una persona puede definir, en base a ciertos datos, bien personales, bien coincidentes con los de otra persona, un determinado género que puede denominar, pongamos, gamma. A partir de ahí, un bisexual que también se relaciona con personas gamma constituirá por sí mismo un nuevo tipo de atracción.

No vamos a seguir con estos razonamientos porque a medida que avanzamos en ello da la impresión de que estamos haciendo bromas pesadas con algo que quizá sea muy serio. Por ello, volvamos al cardenal Cañizares e imaginemos el cortocircuito mental que le producirá el conocimiento de dicho dictamen australiano. Hace unos días, el purpurado habló de cómo el imperio gay, las feministas y la ideología de género están triturando a la familia tradicional. Inmediatamente, el polo aludido emitió la descarga acostumbrada.

En cualquier caso, la entrada en juego de los políticos desquicia por completo una situación en sí mismo absurda y consistente en ese retorno continuo del cardenal valenciano a un asunto que con dificultad sostendrán un grupo de voluntaristas pensadores de género „nos referimos a los australianos, por ejemplo„ los cuales, eso sí, atraen la legislación de políticos ignorantes y aterrados con que alguien les diga que son poco progresistas (incluido el PP que en Madrid tanto almorzaba con el cardenal).