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La cultura del compromiso y del pacto

A lgunos han querido ver la repetición de las elecciones generales como una especie de maldición bíblica, una catástrofe poco menos y un fracaso evidente de los dirigentes políticos, incapaces de ponerse de acuerdo para la formación de un gobierno sólido, estable y duradero. Razones que abonan alguna o algunas de las consideraciones precedentes no faltan, en especial en lo que concierne al fracaso de los dirigentes políticos, su incapacidad para constituir un gobierno estable, transparente y de progreso que requiere la mayoría ciudadana desde el mismo 21 de diciembre de 2015.

Cuestión aparte la constituye la responsabilidad en el fracaso, dado que éste es evidente. Una mayoría política y mediática se ha lanzado en tromba a atribuir a un solo grupo la responsabilidad de albergar todos los fantasmas del pasado histórico del país, desde las polvorientas acusaciones de comunismo a las no menos añejas consignas franquistas de separatismo. La historia no parece pasar para los nostálgicos del anterior régimen.

El tiempo de las mayorías absolutas, aplastantes en su comportamiento, ha pasado de la mano de la ciudadanía, a través de las urnas. Los próximos resultados electorales, rezan las encuestas, van a introducir ligeras variaciones sobre una estabilidad electoral considerable. Es decir que nadie podrá atribuir el fracaso si no es a los propios autores de lo sucedido el 20D.

Cierto que unos estarán con razón más atribulados que otros. La comodidad de una especie de turno dinástico había amodorrado a dirigentes y militantes, por aquello del «hoy por mí, mañana por ti» que ha llevado entre otras razones a la deserción de la militancia en unos casos y en todos a un alejamiento de los ciudadanos respecto del quehacer político. El descrédito de la política que siempre favorece a la extrema derecha.

La introducción de elementos ajenos al debate de unas elecciones legislativas cruciales es otro de los temas que merecen más atención de la que prestamos. El tema venezolano es uno de ellos, y ha incurrido desde el comunicador al más elemental de los representantes políticos. Presumo qué ocurrirá si algún todólogo tertuliano descubre que Bolívar era vasco y las relaciones que pueden establecerse a partir de este hecho con el separatismo. En punto a derechos humanos y políticos, también podrían ocuparse nuestros próceres y próceras de Marruecos, de Egipto, de los refugiados que no llegan.

Entre tanto, seguimos desconociendo qué actitud y decisiones tomarán los actores en liza respecto del TTIP que afecta a nuestra salud con sus farmacéuticas, alimentos transgénicos o manipulados sin calidad garantizada, a los precios de nuestras exportaciones, a las relaciones laborales y los derechos sociales, a la recaudación de impuestos donde se genera la actividad. En fin, un largo etcétera que nos caerá encima si Europa no lo remedia, y no va camino de ello. Seguimos desconociendo los objetivos de crecimiento, de medidas para la recuperación de la actividad económica y, en consecuencia, la expectativa de una mejor redistribución de la renta, ante el gigantesco abismo de desigualdad que se ha abierto y acelerado con la crisis y las recetas de la derecha para hacerle frente.

El ruido en torno a temas desde luego nada menospreciables pero que no forman parte del meollo de lo que interesa a la ciudadanía, se adereza en el caso local con la exhumación de residuos de viejos enfrentamientos por supuesto siempre o casi siempre en el universo simbólico, sentimental, visceral, alejado de la razonabilidad de la que somos herederos si seguimos la excelente obra de Vicent Baydal sobre desde cuándo somos valencianos los valencianos. Por cierto, que una reflexión en torno a la capacidad negociadora, de transacción, de compromiso y de pacto podría constituir una buena seña de identidad de nuestra colectividad sobre todo por lo que costaron los compromisos de que habla el autor de referencia en la consolidación de la estructura institucional valenciana.

Esta sociedad es una sociedad madura, compleja, y en tanto que tal, plural. Como es plural el Estado, y no mero folclore de lira y gaita como vuelven a pretender algunos. El reconocimiento de estas características es previo, debería serlo, a los planteamientos políticos electorales. Evitaría confusiones en los electores y desde luego una inmensa pérdida de tiempo que podríamos ocupar en el ocio, la lectura, los viajes, o en trabajar mejor.

La singularidad catalana no es un fenómeno sobrevenido, como la vasca por cierto. Que la izquierda es plural forma parte del ADN del pensamiento progresista al menos desde la Ilustración. La derecha suele ser más proclive a las formaciones cerradas, y tampoco constituye novedad: los intereses pueden más que las diferencias aunque también las haya.

Que una sociedad compleja, plural, moderna, incardinada por fortuna en instituciones internacionales, sumergida de manera creciente en el proceso de la globalización, una sociedad así tiende a manifestarse de manera plural, compleja. Lo que requiere despertar de la pereza a los dirigentes políticos, que no otro fue el mensaje de diciembre.

El compromiso, el pacto, es el resultado natural de la manifestación de la voluntad ciudadana. Ésta rechazó el más de lo mismo instalado a partir de 1982, a la vez que denunciaba comportamientos nada edificantes, excluía un yoismo más propio de los regímenes autoritarios y forzaba a todos a buscar soluciones a problemas reales, algunos de los cuales ya hemos enunciado. De la misma manera que esta sociedad madura puede sentar las bases para una nueva convivencia constitucional, un nuevo acuerdo para solucionar los temas pendientes de las singularidades históricas y también de los territorios con fuerte personalidad regional, por ejemplo nuestro País Valenciano.

Desde esta vieja esquina peninsular hemos procurado el escarnio de los malos ejemplos, pero también hemos tenido la oportunidad de enmendarlo y sentar las bases para un futuro mejor. Devolver la confianza en la política es tanto como recuperar la confianza en nosotros mismos los ciudadanos y ciudadanas libres.

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