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La segunda vuelta

Estamos abocados a una reválida, maniquea y sin matices, donde importa más el quién que el qué, y que interesa mucho más a Rajoy y a Iglesias

El país parece dividido entre los que no quieren líos y los que pretenden echar al PP. Entre el prefiero que me roben de quien teme los extremismos y los palos al cardenal y los que abanderan un gobierno de izquierdas. El escenario parece idóneo para un duelo entre dos grandes bloques, dos eficaces ideas fuerza, sin muchos matices. Las noticias económicas y el haber firmado los presupuestos con anterioridad -gran acierto- conceden al PP cierta ventaja y estabilidad y por otra parte se conforma una gran alternativa con Unidos Podemos porque la suma de los restos hará crecer a esta nueva formación.

Reválida. Estamos pues ante la segunda vuelta de las fracasadas elecciones generales de diciembre. Una segunda vuelta -supuesto inexistente en el sistema parlamentario español- es sinónimo de una elección salomónica: lo uno o lo otro. Es la victoria del trazo grueso, una apuesta por lo maniqueo. Este escenario le interesa mucho a un Mariano Rajoy sesteante que hace de la inmovilidad virtud. Y también le va como anillo al dedo al Pablo Iglesias anguitizado que prima, como recoge su documental, la estrategia sobre la política, el cálculo, el interés partidista sobre el servicio a la ciudadanía. Curiosamente, en contradicción con el Programa, programa, programa del viejo comunista y el qué pero no el quién de su amada y aliada Oltra.

Declaraciones. Iglesias busca sólo adelantar al PSOE en el mercado de afinidades de la izquierda aunque ponga en riesgo la aritmética del cambio. Busca, en una dinámica latinoamericana -bolivariana- convertir esta España repleta de matices en un tablero de dos bloques que se realimentan. Los movimientos telúricos que se apoyan entre sí tienen esta semana una magnífica muestra en el debate valenciano. Un año de gobierno de izquierdas da para mucho: sobre todo para mucha gestualidad. Vacías las arcas el marco político se caracteriza por la escalada de declaracionismo. La falsa política desvía la atención de asuntos de más enjundia y otras emergencias ciudadanas. El aniversario del tripartito coincide con el lío del cardenal.

Contrición. En la guerra la primera víctima es la verdad y en los períodos electorales la mesura. Ante la tentación de quien pretenda ver aquí tibieza en la defensa de la igualdad de género y sus garantías legales, ya de momento les diré que no rebusquen ahí. Personalmente sólo concibo la política desde el respeto a la Constitución, a la legislación vigente y al progreso humano e igualitario desde una óptica liberal. Sin embargo convendrán que en el contexto de absoluta polarización ideológica que vivimos -las fronteras éticas o morales en las zonas tibias son ahora poco menos que sospechosas- el incendio provocado por la profusión epistolar del cardenal Cañizares ha reforzado espiritualmente a los feligreses más conservadores y, al tiempo, ha escandalizado a mucho demócrata pero también a quienes acercan la hoguera electoral al Palacio Arzobispal. El acto de contrición del prelado no servirá de mucho, presumimos.

Polarización. En cualquier caso todo apunta a una acentuación de la escalada de tensión y la polarización consiguiente y buscada. Los eslóganes prefiero que me roben por un lado y echar al PP, por el otro, agrupan a los votantes en dos grandes bloques: los que se inclinarán por Rajoy pese a la que está cayendo y aquellos que sólo saben criminalizar a la derecha, más o menos recalcitrante, para obtener sus objetivos. Habida cuenta de que las criaturas que habitan en aguas templadas son quienes más incómodas deben sentirse, uno se pregunta en qué piensa el president de la Generalitat a estas alturas.

Gobernar a la contra. Ximo Puig, en su día y en sus primeras declaraciones tras las pasadas elecciones generales, confesó quizás en un exceso de sinceridad que Pedro Sánchez debía quedarse en la oposición. Esa opción jamás pasó por la cabeza del candidato socialista porque suponía su defunción política a cargo de su politburó. Imaginamos que, en su fuero muy interno, el Molt Honorable habrá hecho cálculos y sopesado que a su gobierno le interesa más un Mariano en la Moncloa a quien plantar cara que un Pedro muy atado a quien habrá de reclamarle moderadamente una financiación justa que ahora le niega el gobierno popular. ¿Creen ustedes que Susana Díaz y el resto de presidentes no harán lo propio? Además, el líder socialista valenciano debe estar suspirando porque pase pronto el trago electoral para que su Consell deje de sufrir como cuando Sánchez criminaliza a Podemos, su socio.

¿Eurocopa «en valencià»?

El señor Del Bosque no ha encontrado razones para llevar a ningún jugador del Valencia CF a la Eurocopa. Sin embargo estamos seguros de que las evoluciones de la Roja concitarán la habitual expectación y que los aficionados valencianos se lanzarán a la calle a buscar esa catarsis colectiva que sólo provoca el fútbol con poco que la selección avance en la competición. Ante esa posibilidad algunas dudas nos asaltan. ¿Se permitirá la instalación de pantallas en los lugares más icónicos de la ciudad o se impedirá como hizo Ada Colau? ¿Los interesados en organizar espectáculos al albur de los partidos televisados en la plaza pública -léase la Plaza del Ayuntamiento- obtendrán el favor del consistorio? ¿Demostrará el alcalde la suficiente cintura y visión como para aprovechar la celebración ante la Casa Gran de estas exhibiciones rojigualdas? ¿Veremos una «Eurocopa en valencià»?

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