Como es posible que dijera Paul Auster, «hay que joderse con las coincidencias». Lleva el consistorio (¡menuda palabra!) un par de meses retirando enjambres de abeja por doquier para evitar daños mayores, justo el mismo tiempo que lleva Cañizares de cruzada: aguijoneando al laicismo, al feminismo, al imperio contraataca gay, al gobierno de los valencianos, a la ideología de género, al separatismo, al kantiano obedecer las leyes. Aguijón, aguijón, aguijón. «No es por nada», como es posible que dijera Paul Auster, «pero este arzobispo es un arzoavispa y el palacio del arzobispado la colmena de un arzoavispero». Mucho más beligerante que el moscardón socrático.

A estas alturas del toma y daca, hay muchas cosas sobre las que no conviene insistir, porque están tan claras como el continente africano en un mapamundi y saltan a la vista de los que ven: él dice lo que dice y critica lo que critica, y otros criticamos lo que él dice y decimos lo que decimos (y, por supuesto, entre «él» y «los otros», el abanico abierto de los demás, desde los que otorgan hasta los que se quedaron sin palabras). Él dice que defiende la familia, pero ataca a las familias; otros defienden a las familias y a los individuos que aman como (y porque) quieren; él dice que «estima» a los gais, pero ataca sus prácticas, sus derechos y sus conquistas; él dice que la ideología de género es «insidiosa y destructora» y otros dicen que culmina el proyecto de la modernidad e, incluso, que es la culminación laica en la tierra del proyecto cristiano de igualdad ante Dios en el cielo. Uno piensa que Cañizares es un poco fanático, le admito que convencido, y la verdad es que no entiendo en qué sentido las críticas que recibe le recuerdan los tiempos de Franco, aunque admito que la memoria es histórica y la desmemoria selectiva.

En estas cosas estoy en desacuerdo con Cañizares. Pero este desacuerdo racional alcanza ahora el rechazo cuando sucumbe a la tentación de la inocencia (Pascal Bruckner) y cae en la victimización. «¿Les estorbo, les soy molesto, y quieren acabar conmigo?», escribe Cañizares. También sus fieles, entre aplausos, le animan a resistir las críticas por sus críticas y la persecución de la que es supuestamente objeto. Sin embargo, en una sociedad en la que las mujeres son asesinadas un día tras otro por los leones del machismo en el circo de la sociedad patriarcal y en un mundo en el que los homosexuales son discriminados, insultados, agredidos, perseguidos, encarcelados y asesinados, ocupar el lugar de las verdaderas víctimas clama al cielo. No quisiera ser demagogo, pero Cañizares vive en un palacio, predica desde el púlpito y desde la presidencia de las instituciones católicas que preside, tiene medios de comunicación propios y afines y presencia destacada en los ajenos. ¿Una víctima?