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El CIS vaticina una hecatombe

La encuesta del CIS apareció, como es habitual, justo al filo del inicio de la campaña electoral. El prestigio de esta encuesta, la precisión de sus datos, la amplitud de su muestra, así como su historial, son factores que invitan a tenerla muy en cuenta. Sin duda, así lo hacen partidos políticos y medios de comunicación, que difícilmente dejan de prestarle atención. El CIS, así, suele marcar los primeros compases de la campaña, y quizás condicione el resto.

Indudablemente lo hará en esta ocasión. Porque la encuesta del CIS muestra un escenario en el que Unidos Podemos y las confluencias continúan su ascenso (25,6 %), hasta ubicarse más cerca del PP (29,2 %) en votos que del PSOE (tercero con un 21,2 %). Unidos Podemos también superaría al PSOE en escaños. Ciudadanos (14, 6%, ligeramente por encima de los resultados de diciembre) continuaría quedándose atrás.

Además, Unidos Podemos es la candidatura (o conjunto de candidaturas, según se mire) que obtiene mejores resultados en intención directa de voto, por delante del PP y el PSOE, y muy por delante de Ciudadanos, al que dobla (del 18 % al 8 %). Conviene recordar que en la encuesta de diciembre, el CIS fue extraordinariamente generoso con Ciudadanos (le asignó un 19 % de los votos), si bien esta fue una tendencia habitual en la mayoría de los sondeos preelectorales, que sólo comenzó a relativizarse conforme se acercaba la fecha de las elecciones.

Es uno de los problemas de las encuestas: son una estimación efectuada en un momento dado. Así que era posible que en aquel momento, al inicio de la campaña del 20D, Ciudadanos estuviera más fuerte, y luego se deshinchara; o bien que las encuestas exagerasen al principio. Es difícil saber de qué se trata en cada caso. Lo único que es seguro es que, si ahora el CIS también exagera con Ciudadanos, sus perspectivas electorales son muy negras.

También lo son las de los socialistas, que podrían perder la condición de segunda fuerza a manos de la aglomeración de partidos en torno a Podemos. Y además, con un inquietante efecto colateral: la encuesta del CIS también detecta cierta subida global de las candidaturas de izquierdas, porque el ascenso de Unidos Podemos es mucho mayor que la caída del PSOE. Así que es factible que ambos, quizás con el apoyo del PNV (pero sin el de los independentistas catalanes, imposible de asumir para el PSOE), pudieran alcanzar la mayoría de 176 escaños necesaria para lograr la investidura.

Es decir: Podemos y PSOE podrían gobernar, con mucha más claridad que en la ocasión anterior, en la que la suma de ambos requería añadir a demasiados partidos, y demasiado variopintos. ¿Y por qué esto debería resultar inquietante? Lo es, y mucho, para el PSOE. Renunciaría a su condición de referente de la izquierda y se convertiría en socio menor de Podemos, partido al que lleva meses denostando (y viceversa). Es más que posible que, aunque la noche electoral nos depare este escenario, el PSOE se niegue a pactar con Podemos, y acabe avalando (absteniéndose) la continuidad de un Gobierno en minoría del PP, con o sin Rajoy al frente. Lo cual también sería una opción que augura todo tipo de males futuros para los socialistas.

A la espera de ver qué sucede en las elecciones del 26J, lo que sí parece evidente es que el pacto PSOE-Ciudadanos fue un error. Sobre todo, por pactar en unas condiciones tan específicas que imposibilitaron cualquier acuerdo de investidura con Podemos. Es decir, justo lo que buscaban en Podemos: no ser, de ninguna de las maneras, los tontos útiles que hicieran presidente a Pedro Sánchez con un programa de centroderecha. Al final, el pacto del «cambio sensato» se quedó en sus 130 diputados, disminuido e inútil a los ojos de la ciudadanía. En el camino, Ciudadanos habrá perdido votantes a manos del PP, por pactar con la izquierda, mientras el PSOE lo habrá hecho a manos de Podemos€ por pactar con la derecha. Y todo, para nada.

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