En España gobierna el desconcierto y en Catalunya la confusión. Los valencianos estamos pagando muy cara la interinidad del Gobierno que ya ha sufrido tres bajas por incompetencia y corrupción. José Ignacio Wert, desprestigiado, tuvo que dejar el ministerio de Educación y Cultura. Ana Mato y Juan Manuel Soria, titulares de Sanidad e Industria, dimitieron inmersos en la vorágine de corruptelas y conductas inaceptables en servidores públicos. ¿Qué efecto tendrá en los resultados de las elecciones generales del 26-J?

El mismo día que se anunciaba la visita del presidente de los EE.UU., Barak Obama a España, para primeros de julio, quedaba desconvocada la «tournée» del ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García Margallo para presentar los logros de la marca España en la Casa Mediterráneo en Alicante y en la Cámara de Comercio de Valencia. La Junta Electoral consideró que se trataba de actos con marcado sesgo partidista de cara a los comicios generales del 26-J. En la mañana del 6 de junio los miembros del Pleno de la Cámara recibían la invitación para asistir el día 9 al encuentro con el ministro, que se anulaba 24 horas después. Los nervios están a flor de piel en esta cuenta atrás hasta que se abran las urnas de las que saldrá el deseado Gobierno. Las presiones políticas han movido la decisión del presidente de la primera potencia mundial para que, «in extremis» viaje a Sevilla y Madrid con motivo de la última cumbre de la OTAN, en Polonia, a la que asistirá antes de que sea relevado en noviembre. Obama, un mandatario que marca época, llegó hace ocho años a la Casa Blanca con porte jovial y sale con semblante cansado y pelo canoso. Es el primero de raza no blanca que puede dejar el testigo a la primera presidenta de los Estados Unido en la historia.

Los españoles viven las elecciones preocupados, cansados y aburridos. Se advirtió en su día que sería un fracaso llevar a los ciudadanos a otras elecciones y así ha sido. Pero más agotador es observar que hemos de soportar programas repetidos, con las mismas caras e idénticas triquiñuelas. En muchos casos cínicas y torpes. El coste de esta frustración lo vamos a pagar todos. Tiene su justificación en los intereses tácticos de determinadas formaciones políticas que, ofuscadas por el poder que ventean o por el miedo a perderlo, han llevado a los españoles a repetir lo que ya manifestaron el 20-D. El resultado de esta operación, reiterativa y cruel, ha sido que España se ve abocada, en el mejor de los supuestos, a un año de gobierno de nadie. Sumida en la interinidad con un gabinete en funciones que ni hace ni deja hacer.

La problemática española, aquejada en fase aguda, no debía haberse visto sometida a esta política ejercida en tierra de nadie, por la que nadie toma decisiones. Ni se gobierna ni se legisla. Otros, desde la oposición -a no se sabe bien qué- dejan que la situación económica, social, política e institucional se pudra, con el convencimiento de que el deterioro generalizado les reportará ventajas y les aupará a los balcones del poder. Los valencianos nos hemos visto atrapados en la pinza entre los que se resisten a perder y quienes ansían manejar el rumbo del país desde la capital de España. Esta semana -el 11 de junio- se ha cumplido un año del Acord del Botànic que permitió formar un gobierno progresista en la Generalitat Valenciana, consensuado entre PSPV, Compromís y Podemos. A pesar de las medias sonrisas y los comentarios jocosos, la alianza a la valenciana, con sus errores, ha resultado ejemplar. El president Ximo Puig, asistido por el resto de su Consell -Compromís y PSPV- con la aquiescencia de Podemos, ha logrado salvar escollos, dar pasos de gigante y como dice el alcalde Joan Ribó, «desactivar bombas de relojería» que habían sido alojadas por doquier para perturbar las acciones de gobierno e impedir el funcionamiento de las instituciones.

Resulta difícil desempeñar la acción de gobierno y aun así apasiona. ¿Quién resarcirá a los ciudadanos del tiempo perdido? Del deterioro creciente en la realidad social, de la desmotivación, del cansancio y de las oportunidades desaprovechadas. Se trata de relanzar el país con la urgencia de quien no se pueden permitir el lujo de soslayar la recuperación de este «impasse» de atonía sin rumbo. Con un gobierno de nadie, la visita de Obama suena a despedida o a aviso para navegantes. Las bases de Rota y Morón de la Frontera miran a África. Un encuentro nada casual.