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Susto o muerte para el socialismo

Como es bien sabido, la situación del propio Sánchez en el seno del partido es muy inestable, pues cohabita con una importante lideresa alternativa, a quien debe su nominación al cargo y que no ha decidido todavía dar el paso hacia la calle Ferraz

Una vez más las encuestas y, en especial, la macro del CIS dejan moralmente tocado al Partido Socialista, cuyo suelo sigue desplomándose demoscópicamente bajo los pies del que ha sido el partido con más tiempo de gobierno en España desde la liquidación del franquismo: 21 de los 40 años de democracia que llevamos han sido comandados por los herederos políticos de un humilde tipógrafo, Pablo Iglesias Posse, quien por cierto sanaba sus males respiratorios en las montañas cercanas a Buñol.

Quizás sabedores de la inexorable tendencia a la baja de sus expectativas electorales, los dirigentes actuales del partido han optado por un argumentario que niega cualquier consideración de la derrota y hurta a sus potenciales clientes un debate serio sobre la política de alianzas, un hecho que resulta incuestionable y que los socialistas han preferido esconder en la chistera.

Pedro Sánchez y los suyos -Luena, Hernando, Batet€- han optado por apostarlo todo a una profecía que pueda autocumplirse antes que hablar con claridad de la compleja, por nueva, situación política del país. Así que Sánchez, poco dado al esfuerzo dialéctico y más suelto en el discurso reiterativo del eslogan o frase hecha -mantra dicen ahora los tertulianos-, repite siempre in crescendo: ¡salimos a ganar, ganaar, ganaaar!€ como si su esfuerzo vocal fuera el necesario estimulante que propiciara un aluvión masivo de votos socialistas.

Como es bien sabido y los medios, tan morbosos, se encargan de amplificarlo, la situación del propio Sánchez en el seno del partido es muy inestable, pues cohabita con una importante lideresa alternativa, a quien debe su nominación al cargo tras su paso por la oficina de empleo, y que, frenada por los consejos amortiguadores de Felipe, Felipe, no ha decidido todavía dar el paso hacia la calle Ferraz de Madrid, sede central del partido.

Con tales lastres encima -falta de discurso, dudosa estrategia y debilidad política familiar-, Pedro Sánchez con su envidiable planta de galán poco puede hacer para revertir la situación. Encabeza un partido que, como viene siendo costumbre en la izquierda moderada -o centro izquierda, como prefieran-, no solo española sino occidental, oscila en un medido por pragmático vaivén ideológico, ora hacia las entrañas del sistema neoliberal, ora hacia su extrarradio. Lo vemos en el laborismo británico, con figuras tan antitéticas como Tony Blair y Jeremy Corbyn, o en Francia entre Ségolène Royal y Manuel Valls, por no hablar de la bronca carrera para la nominación demócrata que se acaba de vivir en los USA entre madame Clinton y Bernie Sanders.

Esa oscilación entre sus alas de centro y de izquierda es consustancial a la socialdemocracia, poco dada al discurso teórico pero ducha en la navegación ideológica y en la modernización gestora. Pero ahora hay poco que gobernar en el día a día, que viene marcado por nuestra vinculación en red a todo el sistema económico europeo -y por, ende, mundial-. Lo que el momento solicita son pensadores de altura, estadistas les llaman, para abordar asuntos tan espinosos como la cuestión catalana -y la vasca, que vuelve a una tendencia negativa-, la inmigración, la viabilidad de la sanidad pública y del sistema de pensiones, o eso que han bautizado como el cambio del modelo productivo y que debe incluir el giro ético que el capitalismo necesita para sobrevivir.

A tales cuestiones, el socialismo español solo responde con eslóganes y frases hechas. Su masa crítica intelectual que fue imparable en los 80, ya no funciona, el interregno zapaterista, de hecho, terminó por ser el motor de implosión que hizo estallar el independentismo catalán y dio el primer fuelle al nacimiento a su izquierda del nuevo populismo podemita. Fue el laboratorio de la Moncloa en manos de Rodríguez Zapatero el que imaginó un mundo socialista sin dependencias con determinados grupos mediáticos todopoderosos, dando rienda suelta a Jaume Roures y a la construcción de alternativas como la Sexta. Ahora, al hilo del anunciado sorpasso de Podemos al PSOE, la guerra entre periodistas ha tomado un cariz virulentísimo.

Pero no todo el oxígeno que respiran los jóvenes airados del podemismo proviene de Iñaki López y García Ferreras. El PSOE ha sido y es la muleta necesaria que ha posibilitado la emergencia de gobiernos municipales en manos de alternativas a su izquierda, incluso antisistema. Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Palma o Cádiz no son moco de pavo. O gobiernos autonómicos como el valenciano o el balear€ Quiere esto decir que el electorado, menos iluso de lo que suelen imaginar los think tanks de los partidos, observa comportamientos dispares en el seno del socialismo patrio, sin que medie una explicación más o menos coherente por parte de sus dirigentes. A veces alguien lo intenta, como fue el caso del presidente Ximo Puig, pero los medios nacionales no lo valoran o, incluso, lo tergiversan.

Ese es el terrible escenario político al que se asoma el PSOE el próximo 26J, cuyo resultado, por mucho que todavía sea incierto, situará al partido socialdemócrata clásico ante un difícil dilema: elegir entre susto o muerte, entre abstenerse para dejar gobernar al centroderecha o coaligarse con quienes a su izquierda pretenden comérselo y digerirlo. Porque volver a jugar al póker para que los de un lado o los del otro voten al presidente Sánchez parece un delirante déjà vu impensable.

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