Siglo XIX, el naturalismo social proporciona una agria justificación de las desigualdades que emergen con el capitalismo, y que expuse en Levante EMV (14-06-2016). Simultáneamente el utilitarismo, una teoría moral y política ligada al liberalismo „asociación rechazada modernamente por los ideólogos del neoliberalismo„, aportó una nueva sensibilidad intentando introducir cambios en una legislación británica que mantenía privilegios heredados. En cuanto a la distribución de la riqueza, los utilitaristas defendían que el sistema debe procurar el máximo beneficio para el máximo número de personas, y mostrando una especial sensibilidad hacia los trabajadores, John Stuart Mill (1803-1876) esperaba que tanto el progreso material como las concesiones de empresarios y gobiernos permitirían una sociedad más igualitaria. ¿Cuánto de ilusión contenía el argumento de la esperanza?

En oposición a una sociedad dividida en estamentos privilegiados (nobleza, clero) y pueblo llano, la revolución liberal perfiló una única comunidad de ciudadanos libres con los mismos derechos. La nueva estructura de clases „un edificio común de múltiples plantas „ etiqueta la ubicación de los individuos según su esfuerzo, mérito o ventura, fruto de una lucha individual en igualdad de oportunidades. Las desigualdades se admiten e impulsan, pero las clases son abiertas y un ascensor social permite la movilidad entre ellas. Sometidos a los vaivenes de la fortuna y la meritocracia, los moradores de los áticos no estarían exentos de descender. El desconocido, hasta entonces, crecimiento económico que el capitalismo sin duda traería, posibilitaría el acceso desde los sótanos a un nivel medio al que todos pertenecían, efectivamente o en potencia. Solo era cuestión de tiempo y de hacer las cosas bien ¿Cuánto de engaño hay en tal afirmación?

Como teoría moral, el utilitarismo ha evolucionado, pero el antiguo argumento de la esperanza continúa operando hoy: consiste en renovar una y otra vez la promesa de que el sistema mejorará, y con él las condiciones de vida de las clases bajas. Desgraciadamente las desigualdades se perpetúan „también las extremas„ y en la práctica el argumento se convierte en una aceptación disimulada de las mismas. Los testimonios utilitaristas son abundantes, muchos de ellos en nuestro país: Levante-EMV entrevista en mayo al español Juan Verde, asesor de Hillary Clinton, quien zanja con argumentos utilitaristas, «el mejor sistema para el desarrollo, pero debe mejorarse», cualquier objeción al actual capitalismo apuntada por el entrevistador. ¿No son utilitaristas los famosos «brotes verdes» de Zapatero? ¿Y el frenesí de fórmulas alternativas «luz al final de túnel», «nuevas cepas», «raíces vigorosas» de un Rajoy que titula la nueva campaña electoral popular como «campaña de la esperanza»?

También la Constitución tiene su faceta utilitarista, pues su carácter prescriptivo parece tornarse en meramente declarativo cuando enuncia derechos, por lo que se ve, como deseos. Entre ellos (artículo 35) el derecho al trabajo, y a que sea suficientemente remunerado. Como ilustración una reciente escena en Cáceres: Felipe VI saluda a la multitud cuando una anciana le dice „«todas estas jóvenes necesitan trabajo» señalando un grupo de chicas al otro lado de la valla „«en eso están» contesta el Rey, refiriéndose seguramente a los políticos «Todos me dicen igual» añade ella.