D ícese que el voto de la clase media es básico para poder conformar mayorías. En consecuencia, los asesores y estrategas electorales diseñan unos programas y discursos electorales dirigidos a tal segmento de la ciudadanía. Pero con el riesgo de referirse a una sociedad y a una ciudadanía «inexistentes», a unas clases medias plurales y diversas, inmersas en profundos y rápidos cambios cuantitativos y cualitativos.

El boom turístico y de la actividad de construcción posibilitó un cambio radical en nuestras estructuras económicas, productivas y sociales. Surgen múltiples pymes, autónomos y emprendedores, con grandes facilidades para acceder a créditos financieros; se crean nuevos empleos y nuevas oportunidades; los salarios de los trabajadores aumentan progresivamente, y también mejora la especialización dentro del mundo empresarial, dando lugar a nuevas profesiones. Los profesionales liberales ampliaron sus horizontes. Ya no eran sólo abogados y médicos. También arquitectos, aparejadores, programadores, diseñadores, consultores de todo tipo. La clase media se construye precisamente con estos mimbres: personas con una renta suficiente como para poder cubrir algo más que las necesidades básicas, e incluso ahorrar y acceder a bienes de equipo y de consumo y al crédito hipotecario.

Lo que fue una realidad pujante entra en crisis (allá por 2008) al explotar la burbuja inmobiliaria con un parón de ventas por saturación y el correspondiente frenazo a los generosos créditos a promotores. Tal crisis coincidió con un cierto ralentí en la actividad turística. Las pymes y los autónomos fueron los más afectados, lo que puso de manifiesto la fragilidad de nuestro modelo lastrado por la estacionalidad, y a su vez con una pretendida competitividad basada en los precios en base a un control (a la baja) de los costes laborales. La consecuencia fue el aumento de la inestabilidad laboral y del paro, especialmente en el sector de la construcción y sus actividades anexas (electricistas, fontaneros y un largo etcétera). Lógicamente, aparecen las dificultades para hacer frente a préstamos, especialmente de índole hipotecaria, y se volatilizan las perspectivas y los proyectos personales y familiares. A su vez, la aplicación de reformas, léase recortes, afecta a servicios públicos básicos (educación y sanidad), mientras los servicios sociales se reducen al mínimo y se trasfieren a la buena voluntad de diversas ONGs. El riesgo de exclusión social y económica se instala incluso entre las clases medias. Basta leer los informes de Cáritas donde se especifica la tipología de sus usuarios.

Pero las circunstancias, al menos las macroeconómicas, cambian a partir de 2014. La actividad turística crece exponencialmente, entre otros factores por la crisis de seguridad en parte de nuestros destinos competitivos, especialmente en la costa sur y este del Mediterráneo. Las macrocifras nos anuncian índices de crecimiento económico espectaculares. Pero tales espléndidas perspectivas no repercuten en las pymes y autónomos, y las clases medias son víctimas evidentes. Tener trabajo ya no supone necesariamente disponer de unas rentas que cubran las necesidades básicas, y mucho menos una capacidad de acceso a bienes y servicios. Más aún, el vigente sistema productivo se ha mostrado socialmente ineficaz y empresarialmente poco competitivo. Hoy sigue vigente el riesgo de exclusión social y económica que afecta a múltiples segmentos sociales (incluidos los pertenecientes a la clase media-baja). Las perspectivas siguen rotas.

Según todos los síntomas e indicadores, y sin negar ciertas mejoras como pueden ser las recientes cifras de disminución del paro registrado, se consolida una sociedad desigual y descohesionada. Las clases medias se volatilizan. La clase media-alta, formada por empresarios y/o personal dirigente, profesiones liberales de prestigio, ciudadanos con rentas y/o inversiones rentables y diferenciadas, está recuperando poder y espacio. Mientras, la clase media-baja, ubicada en el paro y/o en la temporalidad y precariedad laborales, corre grave riesgo de exclusión social y económica. La clásica clase media, la media-media, conformada por pequeños empresarios y trabajadores por cuenta ajena con salarios que no garantizan una cobertura digna de necesidades, han visto rotas sus expectativas de ascenso social, así como la posibilidad de desarrollar nuevos proyectos vitales y profesionales.

Mas allá de la descalificación del adversario y los espejismos de promesas fatuas y rellenas de humo y confeti, ¿qué discurso político se ofrece a los ciudadanos y ciudadanas que todavía se autoubican en las clases medias, de día en día más plurales y diversas, y que sufren en sus carnes el resquebrajamiento de su estabilidad económica y social y de sus posibilidades de desarrollar un proyecto vital personal y familiar?