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A mitad de camino

Al principio me extrañaba no ver, a la altura de Pinedo y más adelante, otras criaturas que los conductores enlatados. Ningún pájaro en la verde parva del arrozal. A veces, un pato soltero en el aire o alguna tisoreta „ese caza fulminante de las gaviotas„ que se suspende sobre la acequia y se lanza en picado sobre los alevines. La vida funciona por distancias de seguridad: puedes acercar tu coche, a cinco quilómetros por hora, a la vera de una parcela infestada de garzas, pero si te detienes o te apeas, lo más probable es que levanten el vuelo. Aunque tengas cara de biólogo. En el embarcadero del Mirador, muy cerca de la gola de Pujol, las barcas vienen llenas de escolares y excursionistas y la plata fundida del verano se derrama sobre el lago esmeralda.

Poco importa que esa esmeralda sea del color de la eutrofia, del desbordamiento, de la muerte de éxito: es hermosa y basta. Y a tan solo unos centenares de metros de la carretera, tierras y aguas adentro, está mi Ngorongoro y mi Serengueti. Las especies salvajes „el pato no muerde, pero es salvaje„ viven revueltas, nada que ver con el campista en su parcela: garcillas cangrejeras con collverds y cigüeñuelas con cormoranes y moritos, esos ibis que convocaron los faraones en sus sueños de inmortalidad: su plumaje brilla como la cabellera, morada de tan negra, del indio Gerónimo. Un momento de plenitud: nunca vi tantos animales.

Cuidado con ese tejido deshilachado y gris que vamos urdiendo con el cansancio de vivir y sus hojuelas de desencanto, como una tormenta de caspa, que nos llevan a abrazar, por pereza, negros augurios y calamidades proferidas, porque es mucho más cierto que todo vuelve y vive y que nada es mezquino que decía el poeta que vigilaba troncos en los muelles o pesaba camiones de basura. Y que Amparo nos ha servido un café y yo miraba la foto de Vicent, abrazado a una cabrilla blanca, vigilando a su hermana pequeña con una sonrisa tierna y petulante. En Cullera había que caminar un poco por los desfiladeros de hormigón de Sant Antoni hasta alcanzar el premio de la brisa, a mitad de camino de la playa.

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