Ni el estamento médico ni el de enfermería, ni cualquier otro del sector sanitario se ha sorprendido al escuchar la grabación del Hospital Clínico. Todos están de acuerdo de que podía haber sido en cualquier otro punto de la conselleria. La grabación era clara no solo por su calidad técnica, sino por la ética que destilaba, la que continúa siendo la esencia de una forma de funcionar ¿Que han cambiado?; seguimos en la manipulación de las normas, el amiguismo y el clientelismo de siempre.

La magnitud del escándalo ha provocado variopintas reacciones buscando proyectar toda la culpa en sus intérpretes, pero ni el guion, ni la dirección, ni el vestuario son de ellos, simples actores de la obra que se interpreta, la sesión continua de lo que existía, de lo que viene creciendo desde hace décadas. Puede que acaben siendo los chivos expiatorios mientras los cambios políticos, y sus promesas de cambio, se suceden, pero la sociedad tiene que seguir consolándose en el refranero «nuevos vendrán que buenos les harán».

La vicepresidenta ha sorprendido al desviarse de su franqueza y claridad habituales, se ha refugiado en la «herencia», pero no enterarse de una situación y corregirla, ¡sin costes presupuestarios!, después de un año, apunta más a desidia o torpeza, aunque podríamos estar ante algo más serio, complicidad. La titular del departamento sorprende aun más: ¡que se denuncien las corruptelas e irregularidades! La experiencia muestra que aquí los denunciantes son convertidos en culpables, de lo que sea, y ellos sí son condenados. Esto está pasando bajo su responsabilidad y es usted quien debe investigar y erradicar. Podría estar ocurriéndole que de forma inconsciente esté dando soporte, un efecto frecuente cuando desde la discrecionalidad del poder se actúa con ligereza para crear una nueva legalidad.

Esta situación debería conocerla, pues muchos cargos del gabinete de la consellera estuvieron involucrados antaño, desde el partido de la oposición o desde puestos sindicales, en la vigilancia de la gestión de estas instituciones. ¿No se enteraban?, ¿qué hicieron? Desde fuera se veía una amigable convivencia con el poder; mientras se aparentaba alguna higiénica disidencia, con gestos irrelevantes, quizás pactados, para también aprovechar personalmente las prebendas. Vimos que compartían mesa y mantel y se fundían en voluptuosos abrazos de reconocimiento mutuo en vergonzosos homenajes, donde acudían sin dilación. Quizás no esperaban el resultado de las elecciones: ahora solo disponemos de currículos vacíos de acciones, repletos de apariencias y preñados de corruptelas y conflictos de intereses.

Pero no estamos ante una banalidad, ante un favoritismo de trazas personales, cuya transcendencia se limita a transferir a cuentas corrientes diferentes las nóminas. No seamos tan simples, démonos cuenta de que todo va mucho más allá y que esta forma de actuar repercute en todo el sistema sanitario público, en sus costes, en su sostenibilidad, en su funcionalidad, en la seguridad para los pacientes. Cuando los intereses organizativos se dirigen, de forma clara o disimulada, a repartir prebendas, a satisfacer ambiciones, a desarrollar egos e intereses personales, cuando las funciones auténticas institucionales quedan en otro lugar, porque ni siquiera son conscientes de que existen, cuando los pacientes son solo el material que justifica sus negocietes, el sistema se hunde, se hace insostenible, se provocan muertos y heridos. ¿Quiénes son los culpables?