Desde el 20 de diciembre de 2015, incluso antes, el candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno afirmó de modo reiterado que no iba a pactar con el PP. La negativa se expresó de varios modos y con toda clase de matices, y los órganos de gobierno del PSOE respaldaron con claridad este posicionamiento. No obstante, hasta el 2 de mayo de 2016 se pudieron escuchar y leer algunas opiniones, vertidas por algunos de los socialistas más veteranos del PSOE, postulando o previendo como mal menor una gran coalición. El caso es que pese a las dificultades para conseguir una mayoría parlamentaria para la investidura tras el 20 de diciembre, el candidato del PSOE siguió afirmando con rotundidad que no iba a pactar con el PP y fue consecuente con dicha negativa hasta el final. Y este posicionamiento se ha vuelto a producir, aunque con menos rotundidad, ante las elecciones del 26 de junio. Por otra parte, las voces y opiniones favorables a una coalición PP-PSOE, de entre los militantes o simpatizantes del PSOE, parecen haberse extinguido. Por el contrario, la posición oficial del PP sigue siendo la apuesta por una gran coalición, sin duda por considerar que los resultados electorales del 26 de junio no van a permitirles formar gobierno en solitario.

Las causas de la posición oficial del PSOE, contraria a un gobierno de coalición PP-PSOE, han sido repetidas insistentemente. En síntesis, la coalición no sería posible para el PSOE por dos razones principales: la corrupción del PP; y la imposibilidad de conciliar sus políticas con las protagonizadas por el PP en los últimos cuatro años, así como con las que se deducirían de su programa electoral para la próxima legislatura.

¿Es creíble que las anteriores y otras similares sean las causas auténticas, las principales de la negativa del PSOE a una coalición con el PP? Desde un principio, las razones alegadas por el PSOE suscitaban dudas razonables. La objeción relativa a la corrupción no parecía muy creíble, porque la corrupción no solo es patrimonio del PP, sino también del PSOE, sin que los detalles en uno y otro caso sean significativos para los ciudadanos. Y lo referido a la incompatibilidad de programas tampoco resulta muy creíble por varias razones, entre ellas porque una coalición de gobierno, o meramente parlamentaria, supone elaborar un nuevo programa diferente de los originarios de los partidos que se coaligan, que puede llegar a ser suficientemente satisfactorio para ambos, convenientemente explicado.

No parece que las razones oficiales esgrimidas por el PSOE sean las que le han determinado a negarse a una coalición con el PP. Si se leen atentamente algunos artículos periodísticos y manifestaciones recientes de algunos líderes del PSOE, del pasado y del presente, es posible descubrir la razón principal de que el PSOE no quiera pactar con el PP. Esta sería el temor de que una coalición de ese tipo tuviera un efecto devastador para el PSOE en el próximo futuro. La socialdemocracia se pondría en peligro de llevarse a cabo una coalición de esa naturaleza. Serviría, según dicha tesis, para que el que hay que denominar populismo/comunismo creciera y desplazara al PSOE a una posición de partido testimonial. De manera que, permítasenos la metáfora, el PSOE consideraría que una coalición con el PP sería pan para hoy y hambre para mañana, es decir, en la siguiente convocatoria electoral.

Esta tesis pone al descubierto que los estrategas del PSOE no han analizado con frialdad la causa principal de su derrota electoral en 2011 y las sucesivas europeas, autonómicas, locales y generales del 20 de diciembre de 2015. Y es que el PSOE, desde el Gobierno de Rodríguez Zapatero, parece haber abdicado de su naturaleza socialdemócrata para inclinarse hacia el modelo de partido radical, ya periclitado en Europa. Toda una serie de leyes y políticas de las legislaturas 2004-2008 y 2008-2011 apuntaban en esa dirección, inventando conflictos inexistentes, generando la división de la sociedad española y descuidando la función principal de los partidos socialdemócratas europeos: la de actuar con un gran pragmatismo, siendo paladines de la igualdad en general de los ciudadanos, llevando a cabo políticas económicas para reducir las desigualdades económicas, y gestionando con mano de hierro en guante de seda una economía orientada al crecimiento equilibrado y a la innovación.

La gestión económica de Zapatero, partiendo de una situación económica envidiable, fue catastrófica: marginó a los ministros más preparados, potenció a los más incompetentes y se convirtió en un líder populista que, sin embargo, dejaba que el paro y la marginalidad se incrementaran hasta cifras increíbles. Los mayores disparates no fueron cosa de un año ni de dos, sino que se prolongaron durante más de cuatro. Y cuando podía haber demostrado su condición de socialdemócrata en el Consejo Europeo, poniendo freno a la sesgada política económica impuesta por Alemania en su propio beneficio (tan solo orientada a la necesaria reducción del déficit público) lo que hizo, sin la menor transparencia, fue adoptar medidas neoliberales, también a destiempo, que incrementaron la catástrofe económica: crecimiento del desempleo, del déficit, de la deuda pública y de la prima de riesgo.

El PSOE arruinó su capital socialdemócrata durante el gobierno de Zapatero, y no parece haberlo recuperado. En el discurso de sus líderes, lo único que luce es el intento de presentar al PP como el chivo expiatorio de todos los males, con la intención de ocultar los gravísimos errores cometidos en las últimas legislaturas en que gobernaron. Un discurso en que falta la garra de los auténticos socialdemócratas capaces de combinar realismo y esperanza, como sucedió, con todos sus defectos, en el Gobierno español de 1982 a 1996, o en algunos gobiernos autonómicos, como el valenciano, desde 1983 a 1995.

Si el PSOE sigue por la senda actual no debe temer la coalición con el PP, y tampoco debe temer a la coalición populista-comunista; debe temerse así mismo. Debe temer su propensión al populismo que a ningún lugar lleva sino a la desesperación. Hace unos días, el primer ministro de Francia, Manuel Valls, decía que la izquierda francesa aún no se había modernizado. El PSOE fue una avanzadilla de modernidad a partir de 1982, y ahora parece haber retrocedido a épocas anteriores.

Sí, la socialdemocracia está en peligro en España. Porque más allá del PSOE hay populismo incapaz de ofrecer soluciones solventes a nuestros problemas, aunque ahora quiera llamarse a sí misma la «nueva socialdemocracia». La socialdemocracia, cuando más se necesita, está en peligro en España. Y dicho peligro solo puede sortearlo recuperando el discurso que abandonó hace algunos años: el discurso de la sinceridad, de la claridad, de la apuesta por reformas potentes capaces de entusiasmar a los ciudadanos. Siendo capaz de atraer a la mayoría de los ciudadanos, así como de concitar el respeto de los que nunca se han sentido socialdemócratas. Y, desde luego, sin renunciar al poder, por limitado que sea, pues solo desde el mismo es posible cambiar la sociedad.