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El Palau en vaqueros

La política cultural de los gobiernos de progreso avanza. Tanto en la Generalitat como en los ayuntamientos donde rigen. Se caracteriza, en general, por el populismo y lo populachero. Cultura per al poble. En síntesis, se trata de rebajar lo que llaman elitismo y ofrecer lo que la gente quiere porque no alcanza a comprender lo que no entiende.

Hablando hace años (1997) sobre este tema con un veterano periodista que había sido corresponsal de TVE en Bonn, Manuel Piedrahíta (hoy, olivarero), comentaba que si la televisión debilita la calidad de su programación para adaptarse al vulgo, lo que consigue es embrutecer, cada vez más, a los telespectadores. Y sostenía que lo correcto era justo lo contrario: aumentar la calidad media de la televisión. Y eso que entonces las televisiones no habían alcanzado la degeneración actual, particularmente las del grupo Mediaset.

Siguiendo este razonamiento, no hay que disminuir la calidad de la cultura pública con el pretexto de su elitismo. La cultura siempre ha sido elitista en el sentido más noble del término; lo no elitista es el fútbol, la subcultura del rock, las verbenas en los barrios disfrazadas de cultura popular, las películas de Arnold Schwarzenegger o los «nuevos espacios públicos» para pintamonas.

Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. (Miguel de Unamuno).

Los políticos del falso progreso ya han trazado sus planes para el Palau de la Música. Su presidenta es la concejala de Bienestar Animal y de Cultura, doña Glòria Tello. Es admirable su capacidad de trabajo. Se preocupa de los perros, los gatos, serpientes y cualquier bicho viviente y al mismo tiempo se mueve con agilidad felina entre el fagot, el oboe y el violonchelo.

Su obsesión, como la de todos (y todas) los (las) populistas (os), es «abrirse a nuevos públicos». Se podría pensar que este deseo pedagógico radica en que entraran gratis los alumnos de cien colegios, las comisiones falleras y las collas de Les Gaiates de Castelló, verbigracia, para asistir a la representación de Der Ring des Nibelungen, de Richard Wagner. El actual subdirector del Palau, Manolo Muñoz (ya fue el director en 1990 y 1991) es una eminencia en estas cuatro óperas, cuyo duración total es catorce horas. Pero dudo mucho -nada- que se aviniera a trocearlas hasta dejarlas en un tráiler para «abrirse a los nuevos públicos».

Tal vez sería más conveniente comenzar esta democratización de la música clásica y la ópera con discos de la orquesta Mantovani interpretando La vie en rose o El humo ciega tus ojos. Pero esta idea ya se le ocurrido a la señora concejala. Y le ha puesto título: Conciertos en vaqueros, «con actuaciones más cortas para ampliar el radio de influencia del Palau sobre la ciudadanía». Así, homologa las corcheas, fusas y semi fusas a un pantalón tejano Lee o Lewis. ¿Y el calzado? ¿Permitirá la entrada con chanclas? ¿Y en los casos que el nuevo público vista bermudas? La concejalía de Bienestar Animal y Cultura lo estudia.

Por cierto, ¿y si algunos acuden con sus «mascotas»? ¿Se habilitará una zona en el gallinero para que contemplen, en silencio, los tráilers y puedan hacer sus necesidades? Como vemos, el tema es muy complejo.

El nuevo director del Palau, Vicent Ros, exadjunto a la gerencia de la Orquesta de les Arts (2005-2008) y secretario técnico de la Orquesta Sinfònica de València (1992-2005), años en los que no dijo ni pío, se ha contagiado del populismo de Compromís al declarar que «quiero luchar contra la imagen de auditorio elitista», o «vengo a salvar la Orquesta de Valencia». Bien. En el primer supuesto, debería refundar la Banda del Empastre, que hizo tan popular su fundador, Rafael Dutrús Llapisera. Éxito asegurado.

Con todo, lo más excéntrico es retirar el patrocinio de la ginebra Seagram´s en el Festival de Jazz, «por tratarse de una bebida alcohólica, cuando el propósito es ampliarlo al público infantil». Primero, a los niños no les gusta el jazz (si es jazz); y segundo, ¿alguien se imagina a un niño (o niña) pidiendo un gin tonic de Seagram´s en el bar del Palau? Encima, puritanismo. O Sancta simplicitas!

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