Admitimos, llegados a este estadio «superior» de la democracia, que pactar y establecer acuerdos es lo propio y bueno del sistema que nos hemos dado. Pero esos consustanciales pactos no son buenos en sí de manera absoluta. Según quién, los pactos son buenos o malos, y según quiénes, otro tanto o tonto. Así, si pactan dos o tres y según quiénes la cosa es mala que te cagas, y a eso se le llama tripartito o bipartito; pero, también, si pactan dos o tres con los otros quiénes, entonces es el remedio de todos los males y a eso se le llama gran coalición, que es la mejor solución cuando no es posible un gobierno sensato y moderado, que sería lo mejor de lo mejor exceptuando las alcachofas. No crean, sin embargo, que el relativismo es absoluto: si en el pacto o acuerdo está Podemos, entonces siempre es malo. Y lo es de dos formas: a priori (pre-electoral) es una amalgama, una sopa de letras o un frente popular; y a posteriori (post-electoral) siempre es el tripartito del que hablamos y un reparto de sillones. ¿Entonces?

El acto de desagravio a la Geperudeta (¡qué desproporcionado efecto/evento para tan minúscula causa/motivo!) sirvió para lo que sirvió: la confirmación de lo dicho con anterioridad al supuesto agravio. Cañizares solo enseñará la verdad, razón por la que no puede callar, aunque tenga que ir a contracorriente y aunque lo crucifiquen. Ese es el guión para estos tiempos que algunos quieren de guerra. Poco importa que muchísimos no compartan su verdad porque tienen otra mejor y más argumentada; poco importa que nadie le pida que se calle, además de tener acceso a todas las megafonías; poco importa que nadie le persiga o le crucifique, ni que se encastille en una soledad tan bien y abundantemente acompañada. Poco importa. Entonces, ¿qué es lo que importa?

Una pregunta: la pancarta de España 2000 que rezaba Valencia contra la degeneración es por lo de la ideología de género, ésa, y no como otras milenarias, que tantas guerras ha causado?

Otro «casus belli»: els bous embolats. No voy a entrar en la cuestión entre los antitaurinos protaurinos y los taurinos antitaurinos. Tengo una opinión sobre el bous embolats, una costumbre tan divertida como una guindilla en el culo y con tanta tradición inveterada que en algunas pedanías de Valencia alcanza la friolera de los 25 años, pero hoy me la guardo. Sí me gustaría, sin embargo, remarcar la mala sombra de algunas declaraciones de las peñas. Dicen, fíjate tú, que «como Ribó es catalán, si quiere hacemos castellers como actividad alternativa». Dejemos las alternativas, lo que quiera el alcalde y a los castellers, y permítanme que vaya al punto uno: Ribó es valenciano, vive y trabaja en Valencia desde hace más de 40 años y es el alcalde democráticamente elegido por los valencianos. La identidad y la ciudadanía democrática es la que uno quiere y elige y nada tiene que ver con esa identidad esencialista y esa ciudadanía metafísica que dispensa el azar. ¿Qué hay que ser para ser valenciano? ¿Ser de la peña?