A Josep Torrent «In memoriam»

Durante el comienzo de los años noventa, entre el 91 y el 94, y en las páginas principalmente de Levante-EMV, cruzamos artículos y espístolas varias Francesc de Paula Burguera y yo mismo al hilo de mis propuestas de entonces relativas al pacto cultural valenciano y al pacto lingüístico. El título de este artículo es de Paco Burguera, quien en una de nuestras últimas cartas periodísticas terminaba con esta invocación: «¡Quin País, Calomarde!».

Han pasado los años. Yo ya no estoy en la política de partido ni institucional y Paco Burguera lamentablemente ha muerto. Pero hoy quiero recordar aquella etapa como especialmente fructífera y los años a uno y a otro nos han dado razón y razones. La última vez que yo estuve degustando unas buenas croquetas parlamentarias en el Manolo de la calle Zorrilla, detrás del Congreso, me dijo: «Al final te has salido con la tuya». Yo le respondí: «No Paco, al final, quizá podamos irnos entendiendo entre nosotros, los valencianos». Y nos dimos un abrazo.

Necesitamos recuperar nuestra dignidad. Como pueblo y como ciudadanos de este país. Una dignidad que supone el reconocimiento efectivo del corpus político valenciano en la estructura autonómica constitucional. Dentro de ella, sí, pero corpus politico. A eso, la Constitución le llamó «nacionalidad» porque obviamente la Ponencia Constitucional no podía seguir adelante si se escribía «nación». Lo han narrado muy bien Miquel Roca Junyent y mi buen amigo Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.

Comparto en esto sus puntos de vista. El valencianismo liberal que cabe entre los valencianos no está construido. Porque debería ser un valencianismo inclusivo e incluyente. Un valencianismo, como se suele decir ahora, transversal, es decir, asumible por todas las razones políticas valencianas que aspiren al cultivo efectivo de la razón común de todos. Ya sé que lo que estoy diciendo es muy complicado, quizá incluso imposible hoy día. Pero cada vez será más necesario y patente en un proceso que juzgo irreversible de toma de conciencia de los valencianos sobre si mismos y de la necesidad de vindicar su legítimo peso político en la estructura democrática española.

La Generalitat es el Estado entre nosotros. No un apéndice, ni una representación, no: el Estado. Las autonomías somos Estado en nuestra Constitución, incluída su reforma si la hubiere en el sentido que cada cual la entienda. Y ser Estado quiere decir tener a nuestra disposición los recursos propios necesarios para poder seguir siendo autonomía y poseyendo nuestra histórica Generalitat. No creo que de ningún modo esto suponga tener que renunciar a una hacienda propia valenciana en un momento u otro del previsible cambio del Título VIII de nuestra Constitución.

España precisa tanto descentralizar sus trenes como su economía. No todo el mundo económico español está en la Castellana. Ni en la Diagonal, naturalmente. Aquí, en casa, tenemos el Palau de la Generalitat y el hermoso Palau de l´Almirall. Digo yo, y sé bien qué digo, que no sólo los tendremos de adorno.

Valencianismo inclusivo, sí; valencianismo liberal, sí; valencianismo de progreso, por supuesto; y valencianismo hecho desde nosotros para el conjunto de las instituciones democráticas del Estado constitucional, comenzando, como es lógico, por las nuestras. Esto tiene consecuencias concretas: el Corredor Mediterráneo no es baladí, es una urgente necesidad para el desarrollo económico y empresarial valenciano. Y lo es el mejor trato posible para el Puerto de Valencia. Y lo es la necesidad de reclamar conjuntamente la liberación de la AP7, la culminación de la A7 y mejoras todavía pendientes, por ejemplo, en N340. Porque efectivamente, en este país no todos los trenes ni todos los aviones tienen porqué pasar necesariamente por Madrid.

¿Entendimiento con Cataluña?: claro. Desde nuestra autonomía y desde la suya. ¿Hablamos otra vez de eurorregión? Yo lo hice muchas veces en charlas con Xavier Trias en la época en que era portavoz de CiU en el Congreso de los Diputados. Y no pasaba nada: solo que estábamos de acuerdo. ¿Por qué no podremos en un futuro nada lejano recuperar ese concepto político en una Europa que se debate entre las identidades nacionales y estatales y la posible supremacia política del continente? Yo voté sí en el referémdum de la Constitución Europea, y volvería a hacerlo hoy con deseo, entusiasmo y convicción.

¿Puede la Generalitat Valenciana jugar un papel en la política española? Naturalmente y debe hacerlo. ¿Es ello parte de una posible Renaixença valenciana de nuevo cuyo? Dependerá de los valencianos todos.

Ahora bien, yo hablo de valencianismo liberal. Porque yo soy un liberal, lo he sido toda mi vida. Un liberal valenciano. ¿Está el Partido Popular de la Comunitat Valenciana hoy en condiciones de representar con dignidad esta necesidad social y electoral de gran parte de los valencianos? La respuesta corresponde a sus dirigentes actuales o futuros. Pero si no lo estuviera, habría que pensar en la necesidad de vertebrar ese necesario espacio político.

Hemos de entendernos. Ni el PSPV, ni Compromís, ni Ciudadanos, ni siquiera el Podemos del temperado y habermasiano Antonio Montiel, pueden ser enemigos políticos. Sí legítimos adversarios, y quién sabe si necesarios cooperadores para un diálogo intrapolítico entre todos los valencianos, incluídos naturalmente aquellos que aspiran a serlo con toda legitimidad desde el centro y el liberalismo políticos.