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Depende

Dejemos, pues, de buscar complejidades de método allá donde solo hace falta voluntad política. Con la mitad del dinero oculto en los paraísos fiscales podríamos dar de comer a un continente y aliviar las penalidades de sesenta y cinco millones de refugiados

Escuché por la radio que el populismo consiste en aplicar soluciones sencillas a problemas complejos. Se dice con frecuencia esta frase. Pruebe usted a pronunciarla al revés. ¿Acaso no somos muy dados a aplicar soluciones complejas a problemas sencillos? El hambre en el mundo, sin ir más lejos, es un problema sencillo. No es que no haya comida para todos, es que está mal repartida. Estos días ha aparecido en la prensa, a doble página, un anuncio cuya cabecera decía así: «Redistribuir la riqueza, al Parlamento». Argumentaba que solo había dos caminos posibles para España: redistribuir la riqueza o sufrir un aumento de los recortes para el 90% de la población. E incluía una serie de propuestas que no eran ideológicas, sino de sentido común. ¿No es una locura que el 10% de la población posea tanto como el 90% restante? Entre los firmantes de la propuesta, que eran casi dos mil, no había gente desquiciada ni extremista. Estaban, por ejemplo, el pintor Antonio López, el actor Manuel Galiana, y un conjunto de personas jubiladas que piensan más en el futuro de sus hijos o nietos que en su propio presente.

Dejemos, pues, de buscar complejidades de método allá donde solo hace falta voluntad política. Con la mitad del dinero oculto en los paraísos fiscales podríamos dar de comer a un continente y aliviar las penalidades de los sesenta y cinco millones de refugiados que vagan como fantasmas por el mundo. ¿Es difícil acabar con esa forma de delincuencia? Depende. Si los gobiernos están de parte de los delincuentes, sí, claro. En España los hemos amnistiado y han pagado menos de lo que les habría correspondido de cumplir a tiempo con sus obligaciones fiscales. La complejidad, en fin, está en la cabeza de nuestros dirigentes, meros peones de ese pequeño porcentaje de la población mundial que posee el 90% de las riquezas del planeta.

Lo que ocurre es que el planeta es de todos. Bastaría con que cambiara la idea que tenemos de justicia y de sentido común para que esos miles de niños que atraviesan solos las fronteras, expuestos a ser violados, raptados y explotados, gozaran de la protección que merecen. El problema es que nos empeñamos en adoptar soluciones complejas a problemas sencillos.

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