Con el triunfo del Brexit en el referéndum del pasado jueves, la Alemania de Angela Merkel y Wolfgang Schäuble pierde sin duda a un buen aliado en Bruselas frente a las pretensiones de algunos de sus socios.

Siempre desconfiada hacia todo lo europeo, soñando pasadas grandezas imperiales y la continuidad de su relación especial con EEUU, Gran Bretaña vio desde el primer momento en la UE un club cuyas reglas no sólo se resistía a aceptar sino que se propuso modificar a su favor.

No en vano el presidente francés Charles de Gaulle consideraba al Reino Unido "el caballo de Troya de Estados Unidos en Europa".

Los británicos entraron en la UE casi a regañadientes y desde el principio se esforzó en conseguir un trato especial que otros, sobre todo Alemania, se mostraron en ocasiones demasiado dispuestos a concederle.

Todo lo que era firmeza por parte de Berlín frente a los débiles - últimamente, por ejemplo, la Grecia de Syriza- , se transformaba en flexibilidad cuando de los británicos se trataba.

Y se siguió permitiendo por parte de todos, entre otras cosas, que la capital del Reino Unido fuese la madre de todos esos paraísos fiscales que permiten a los ricos y a los delincuentes del planeta esconder al fisco sus fortunas...

El modelo de la UE con que soñaba el Reino Unido ha sido desde la revolución conservadora de Margaret Thatcher el preferido por quienes insisten en ver en el club europeo por encima de todo y casi exclusivamente un área de libre comercio.

La Dama de Hierro logró en su día que se aceptara un importante recorte de la contribución de su país al presupuesto comunitario mientras rechazaba la posibilidad de la Europa federal a la que otros aspiraban.

Ha sido además Gran Bretaña la más ferviente partidaria de una rápida apertura del bloque a los países del Este para garantizar su conversión a la economía de mercado e impulsar allí sus propias exportaciones.

La ampliación al Este le servía de paso a Londres para debilitar al eje franco-germano, siguiendo así la política que a lo largo de la historia hizo siempre Gran Bretaña: impedir que una potencia continental adquiriese demasiada fuerza.

De modo paralelo, esa apertura beneficiaba también a un país netamente exportador como Alemania, defensora asimismo del libre comercio frente a las tendencias proteccionistas de la vecina Francia.

La salida británica de la Unión Europea debilita ahora ese bloque esencialmente librecambista y puede animar a Francia y sus aliados del Sur de Europa a reclamar una política más solidaria y redistributiva que la practicada hasta ahora.

Pero el Brexit podría tener también el efecto contrario de envalentonar a quienes en el Norte de Europa se muestran contrarios a una mayor integración europea, abogan por reducir el presupuesto comunitario y reclaman una eurozona limitada al núcleo fuerte.

Al mismo tiempo, los países del Este pierden con la salida del Reino Unido a un enérgico aliado en su política de dureza frente a la Rusia de Putin, de la que no terminan de fiarse, sobre todo desde la anexión de Crimea.