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El «Brexit» y el futuro de Europa

Los resultados del referéndum británico sitúan al Reino Unido (RU) fuera de la Unión Europea (UE) y abren un nuevo escenario y muchos interrogantes. Entre ellos, el del futuro del proyecto europeo; ya no cabe duda que inacabado y todavía pendiente de construcción. Es consecuencia de viejas lógicas, recurrentes, a las que todavía no se ha encontrado solución; la punta visible de un iceberg cuya verdadera dimensión esconde mucho más bajo la superficie.

No es la primera vez que cuestiones internas de los Estados miembros bloquean la agenda de la UE. Una muestra del claro conflicto, y prevalencia, del Método Intergubernamental sobre el Comunitario, y del distinto peso específico e influencia de los Estados miembros, entre los grandes motores y contribuidores netos y el resto (valga comparar las situaciones de Grecia y del RU). En clave británica, por parte del Partido Conservador y Unionista (de Churchill, pero sobre todo de Thatcher), con David Cameron a la cabeza, el problema escocés pareció ser utilizado como ejemplo de democracia ante el mundo al tiempo que como palanca (reducido el independentismo) para una alianza en favor de la permanencia europea ante el tradicional euroescepticismo. Con un hipotético resultado a favor de la permanencia, el primer ministro podría haberlo mantenido en cintura empleándolo como coartada para endurecer las condiciones británicas ante Bruselas, reforzando así su propio liderazgo (sin embargo ha anunciado su dimisión para octubre próximo). Un juego típicamente nacionalista, de compartimentos estancos frente al proyecto común, que se repite por doquier y que ahora se ve espoleado y no ha tardado en levantar su voz a través de la ultraderecha de Francia, Holanda, Italia, Austria€ y los que llegarán.

El Reino Unido, además, es un contribuidor neto de la UE, con un peso político equiparable al de Alemania o Francia, pero con una visión e intereses bastante distintos. Mientras que en el imaginario geopolítico de algunos está Europa y el resto de mundo, para el otro Europa, las islas y el resto; mientras unos ponen el énfasis en un hipotético modelo de vida europeo, otros han visto únicamente un mercado y espacio económico „que no fiscal„ común. Y aquí otra de las principales razones del fracaso que supone el brexit para el proyecto europeo. Siendo adalides de los planteamientos neoliberales que se han logrado imponer en el resto de Europa, concentrando en la City londinense el 40 % del tráfico del capital financiero global, ¿qué necesidad hay de compartir las ventajas y beneficios de su modelo? (piénsese en los parecidos razonables entre el exalcalde Boris Johnson y el candidato Donald Trump). ¿O de deslocalizar inversiones en otros territorios de la UE a través de unas políticas comunitarias cuyos procedimientos no resultan suficientemente transparentes ni tampoco se comparte su lógica? (mucho menos en tiempos de crisis, cuando prima más el propio interés se suma cero y el cierre de las fronteras, como históricamente, que la inteligencia común y la cooperación).

Justamente esta es la lección y el reto para los que quedan, y para los que siguen creyendo en el proyecto europeo; imposible, se demuestra, sin el objetivo de la cohesión territorial como elemento crucial y garantía del mismo. En primer lugar habrá que gestionar la salida británica, algo inédito pero que puede ser sólo la primera ficha en caer. Mucho va a depender de cómo se gestione y formalicen las condiciones de su salida. Si de forma diligente y con claro liderazgo de la UE o dejando pasar el plazo de dos años contemplado en el artículo 50 del Tratado de la UE. Dos años, sin embargo, parece un plazo demasiado largo, y la vuelta atrás improbable.

Más factible parece, en cambio, una nueva relación de acuerdo comercial amplio sin libre circulación de personas ni contribución a las arcas comunitarias; un nuevo socio preferente. Las primeras reacciones de Bruselas indican que no se quiere esperar. Lo que parece indiscutible es que el mantenimiento del proyecto europeo necesita de una decidida acción y, lo que es más importante, un cambio en las políticas que se vienen desarrollando y en la forma de llevarlas a la práctica, recuperando y poniendo en valor el acervo del modelo social europeo; más que las nuevas formas de relación con el socio perdido, que seguirán existiendo, bajo nuevas condiciones.

Catedrático de Análisis Geográfico Regional. Universitat de València

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