Con el nombre de coordinadora de asociaciones de vecinos de la zona de Valencia se constituye en esta capital una coordinadora de asociaciones de vecinos para la actuación conjunta de las distintas asociaciones en la resolución de los problemas comunes que tiene planteadas». Así comenzaba la noticia que este mismo periódico publicaba el 19 de diciembre de 1976 con un titular muy vigente a día de hoy: La coordinadora: una voz común para las asociaciones de vecinos.

Esto es lo que hemos sido desde nuestro nacimiento y lo que vamos a continuar defendiendo en el futuro. Por ello, aprovecho estas líneas para dejar constancia que, en este año que celebramos nuestro 40 aniversario, el movimiento vecinal no es el único portavoz ante las instituciones, ni pretendemos serlo, pero, tal vez, seamos el movimiento asociativo más antiguo, más constante, más consecuente, más numeroso y más serio de los que hay en la ciudad de Valencia. Y de eso estamos más que orgullosas y orgullosos porque, cuando dirigimos la mirada al pasado, somos conscientes que una parte, por pequeña que sea, de los avances sociales y de la consolidación democrática, nos pertenece de pleno derecho.

Nuestro lema, La voz del movimiento vecinal, siempre necesaria, hace referencia a ese casi medio siglo siendo siempre necesarios. Y precisamente nuestro nacimiento se debió a que previamente a 1976 ya había muchos vecinos y vecinas organizados en sus diferentes barrios que decidieron unirse, no bajo el paraguas de asociación sino de padres de cabeza de familia por la persecución que sufrían por entonces los grupos organizados. Por ello, no es de extrañar que en la prensa de la época se encuentren numerosas noticias relacionadas ya con las reivindicaciones que los distintos barrios de la ciudad realizaban al ayuntamiento. Es curioso encontrar cómo, por ejemplo, en el año 1976 la Asociación Familiar de Benicalap recriminaba al concejal del distrito que se hubiera negado a reunirse con ella para tratar los problemas del barrio, que los vecinos del distrito del Marítimo se manifestaran por la aparición de nuevos síntomas de contaminación en zonas próximas a las fábricas existentes en el distrito, que el problema del vallado del trenet de Benimaclet rellenara de manera habitual las planas de los periódicos de entonces o el prácticamente rechazo absoluto de las asociaciones del momento a pagar las contribuciones especiales por alumbrado a las que les obligaba la administración municipal y su defensa porque fuera un gasto público.

Nuestras compañeras y compañeros de aquella época ya molestaban y lo hacían con la valentía que suponía hacerlo en un momento en el que los derechos democráticos estaban más que limitados. Si ellos fueron tan valientes, nosotros debemos dejar el pabellón bien alto y, por ello, debemos seguir molestando, porque si algún sentido tiene el movimiento asociativo es continuar ejerciendo de conciencia crítica de la sociedad.

El movimiento vecinal es conflicto, esto es, surge y se reproduce como reacción a las contradicciones creadas en los procesos de constitución, configuración y funcionamiento de las ciudades. Es la antítesis que incluye un doble momento: el de la crítica y el de la alternativa.

Estamos orgullosos de pertenecer al movimiento vecinal, por el valor de su pasado y por la realidad de su presente, en unos tiempos en que tanto se alaba al voluntariado y a otras nuevas formas de participación ciudadana. Algunas voces afirman que somos antiguos, que los nuevos tiempos requieren otras formas organizativas, más dinámicas, sin embargo, yo prefiero quedarme con la frase de Mafalda, uno de los personajes del humorista gráfico argentino conocido como Quino: La vida empieza a los 40. Todavía nos queda mucho camino por recorrer.