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Sonados y despistados

Dice el alcalde de Valencia que no entiende por qué no se les ha votado más con lo bien que lo están haciendo. Se lamenta Mónica Oltra de que se siga votando a los corruptos en vez de a ellos... Son preguntas legítimas tras el bofetón electoral del domingo, pero son preguntas erróneas. La única correcta es qué están haciendo mal „o no tan bien por seguir en su línea„ para que alguna gente les haya dejado de votar y el PP vuelva a crecer. Parecen igual de sonados que sus hermanos de Madrid con Pablo Iglesias y Pablo Echenique al frente; tengo para mi que Íñigo Errejón es el único que lo tiene claro. Yerran también en echar la culpa al PSOE, como yerra igualmente Pedro Sánchez en culpar a Podemos.

Las fuerzas de gobierno, tanto en la Generalitat como en el Ayuntamiento de Valencia, como ejemplos más visibles, tienen desde el primer día „hace ya un año„ algunos problemas de funcionamiento en el día a día que el famoso mestizaje no solo no ha conseguido suprimir, sino todo lo contrario: resultan clamorosos casos en que los máximos responsables de determinadas áreas pero de diferentes partidos no se hablan entre si. O casos en que resulta manifiesta la inoperancia o incapacidad para el cargo pero en los que la cuota de partido ata las manos para abordar los cambios. Con todo, justo es reconocer que son menos casos de los que podría haberse esperado al inicio de la legislatura.

Y tampoco se pueden obviar asuntos „como los que viene denunciando este diario„ que chocan frontalmente con la anunciada política de limpieza y transparencia y que terminan por enviar el mensaje de que todos son iguales... Aunque parece que ahora el Consell se ha decidido a poner remedio, pasadas las elecciones y después de actuar como siempre habían criticado al PP desde la oposición: sin hacer nada, esperando a que pase el chaparrón.

Y desde el ayuntamiento quizás deberían preguntarse si los modos de concejales como Giuseppe Grezzi, enfrentándose con todo el mundo, incluso con los vecinos y compañeros de gobierno, o José Peris y sus sospechosas maniobras en fundaciones y contrataciones, por ejemplo, o la toma precipitada de decisiones después tumbadas por la justicia, son la mejor forma de hacer la política que prometieron. Por mucho que lo pretendan, la imagen de Joan Ribó en bici o de Pere Fuset participando en todas las fiestas habidas y por haber no pueden tapar la sensanción de desconcierto y malestar entre votantes, simpatizantes y ciudadanos en general.

Si a todo ello se suma una nefasta política de comunicación en ambas instituciones, incapaz de poner en valor decisiones polémicas pero ajustadas a ley, provocando un rechazo social sin bases fundamentadas, tenemos un panorama en el que más que preguntas retóricas necesitan un sincero ejercicio de autocrítica que, por ahora, ha brillado por su ausencia. Pero que tomen nota.

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