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Recio

Fracaso a la valenciana

Lo que pareció imparable se frenó en el primer envite. Muchos se preguntan las razones, pero son tan evidentes que la duda ofende. Se ofrecía una mezcolanza de agua y aceite que necesariamente había de decantarse hacia la nada. Todavía recuerdo una sarcástica frase que escuché al docto periodista Vicent Ventura en una conferencia: «Ens esteu demanant que per a poder ser valencianistes hem de deixar de ser valencianistes».

Hace treinta años este país sufrió una fractura existencial de la que no nos hemos recuperado. Sencillamente le hemos pasado una capa de barniz por encima, pero sin efectuar una limpieza a fondo de la herida. Los dos sectores enfrentados siempre han perdido la batalla, aunque ocasionalmente parezca en algunos momentos que la hayan ganado. Pero los ganadores en este Reino siempre vienen de fuera.

Compromís se presentó como el nacionalismo valenciano moderno, pero todos los ciudadanos y ciudadanas que creen en ese proyecto saben que su socio, Podemos, representa el nuevo centralismo moderno, de ninguna manera atento a las reivindicaciones periféricas. Casar estos dos segmentos es un ejercicio de aritmética rebelde, como se ha demostrado a las primeras de cambio.

El blaverismo, que pudo ser nuestro gran movimiento valencianista conservador, se desnaturalizó al aliarse con el centralismo español derechista tradicional. Ahora es una sombra que sólo sirve de decoración en periodo electoral.

El «fusterianismo», que pretendió ser el gran movimiento valencianista de progreso, corre idéntica senda abrazándose a un izquierdismo español de no olvida de ninguna manera su centralismo radical. La triste prueba es que, tras la fallida experiencia de las anteriores elecciones, no habrá tampoco un grupo específicamente valenciano en el Congreso, y nuestros diputados volverán al Grupo Mixto. ¿Para que sirven las lecciones que no se aprenden?

Soy uno de los últimos supervivientes del blaverismo clásico, y por ello veo con pesadumbre como la otra parte también se hunde. No supimos construir un futuro común y las dos partes somos constantemente arrasadas por nuestras ineptitudes. Valencia sólo recompensa lo que más le insulta. Veamos como ejemplo ese partido naranja que nos ha repetido hasta el infinito que no merecemos deuda histórica, ni mejor financiación, que somos aldeanos, y que ha sido premiado con el menor descenso comparativo en relación a otras zonas españolas.

A la Valenciana ha fracasado por falta de coherencia. Miquel Adlert Noguerol, a quien los fusterianistas no suelen leer, lo calificaría de «falta de alma». Les cegó la ambición de alcanzar lo de más, sin fijarse en apoyarse en lo de menos. La propia gestión política lo demuestra. Que Compromís ostente desde hace más de un año la gestión municipal y todavía no exista una calle de Joan Fuster en Valencia es deplorable. Lo advertimos en su momento. Igualmente lamentable es que no tengamos una calle para Vicent González Lizondo, el único político valenciano que murió en acto de servicio. Estos dos personajes tan antagónicos, y su ausencia institucional, explican el fracaso a la valenciana.

Y junto a estas reflexiones no debo dejar de anotar un pequeño aliento para ese minúsculo partido, Som valencians, que ha luchado para que entre todas las listas presentadas hubiera una papeleta estrictamente valencianista, sin mixturas ni componendas. Jaume Hurtado, Culla y su pequeño grupo han defendido la dignidad de lo imposible, que es el primer requisito para que lo imposible se vuelva posible. Saquemos una lección de su humildad, y ojalá que de los fracasos se obtengan las pautas para los triunfos.

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