Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nueva partida tras las elecciones

Como ocurre tras un parto complicado, una semana después de las elecciones en nuestro país -y diez días tras el Brexit-, la depresión política se ha extendido en los partidos. Empezando por los supuestos triunfadores en los comicios, asombrados ante el titubeante discurso de Estado de su líder, Mariano Rajoy, en el ya famoso balcón de la calle Génova, el espacio político analizado con más detalle en las noche electorales españolas. Quienes precisamente en el PP esperaban una situación límite para su candidato, incluso un leve retroceso que situara en la agenda la ineludible necesidad de someter al partido a un proceso siquiera de renovación generacional, han dado un paso atrás.

Rajoy, vencedor, vuelve a reafirmarse en el control de los tiempos, lentos, en ese devenir tan gallego que consiste en no precipitarse por nada pues la visión de la vida parte de un alto nivel de escepticismo ante los cambios, haciendo suya aquella célebre frase de Emerson: «Toda reforma fue, en un tiempo, una simple opinión particular». Nunca antes en Europa un Gobierno provisional atenazado por los escándalos mediáticos y que ha perdido en seis meses un ministro -Soria-, casi otro -Fernández- y el descrédito de uno reciente -Cañete-, ha ganado unas elecciones tal y como lo ha hecho el PP, cuya resurrección ha sorprendido, sobre todo, a los propios, en especial los valencianos, noqueados desde las elecciones autonómicas. Agarrada al balón de oxígeno, Isabel Bonig ha empezado a crecerse y a pedir papeles para el cuerpo a cuerpo en les Corts.

El otro vencedor -parcial- del 26J, Pedro Sánchez, mostró aplomo y entereza, suspirando aliviado por la cómoda ventaja socialista frente a Podemos. El tema no es nada irrelevante, pues en el sistema electoral español la tendencia al bipartidismo es pendular, y si te pilla de tercero cuando se oscila hacia un parlamento binario, caes en el ostracismo. Es lo que les ocurre históricamente a los liberales alemanes o británicos y les está ocurriendo ahora a los socialistas griegos y a los laboristas escoceses.

Pero Sánchez no ha vuelto a hablar desde su comparecencia a la americana en la noche electoral. Le costó su tiempo -y, a lo que parece, algún desencuentro personal-, elaborar el discurso socialista de combate frente a la emergencia de la izquierda en Podemos, aunque finalmente ya cuenta con ese argumentario. No le ocurre lo mismo en el flanco con la derecha. Sánchez, de hecho, ha lanzado a los suyos por desayunos y tertulias para probar con la consigna redoblada del antagonismo con el PP, un relato en clave interna de dudosa comprensión para el cuerpo electoral que desea acuerdos entre partidos.

Obviamente lo que la actual dirección socialista busca es marcar territorio, situándose como la firme oposición desde el primer momento. Sánchez y los suyos piensan que, de ese modo, abren una enorme brecha respecto a Podemos, que ya no podrá capitalizar la polarización derecha-izquierda en busca de suplantar a los clásicos socialdemócratas. Definido su papel a la contra del banco azul del próximo gobierno, Pedro Sánchez espera desubicar a Podemos y ser refrendado por las bases para acudir con garantías al próximo congreso federal del partido.

Así que los dirigentes socialistas están en el discurso de «ni por activa ni por pasiva», versión actualizada del «no es no y que parte del no, no ha entendido», con la que el PSOE aparta de sí cualquier atisbo de grosse koalition a la alemana o de abstención en favor del PP. El socialismo propone una aritmética extraña que, según sus declaraciones, da suficiente mayoría parlamentaria para la investidura de Rajoy, pero uno no sabe de dónde se alcanza una mayoría de síes contando que socialistas (85 diputados), podemistas (71), republicanos (9), exconvergentes (8) y bildus (2) van a votar contra el Partido Popular. Suman 175, justo la mitad de la Cámara.

Curiosamente, ni PP ni PSOE aceptan empezar a negociar programas concretos tal como ha propuesto Ciudadanos, y no sabemos nada de hasta dónde podría ceder en sus líneas legislativas Mariano Rajoy -solo Pablo Casado ha dicho que «en todo»: ley de educación, reforma laboral, ley mordaza, nueva financiación, reforma constitucional?-. Tampoco sabemos cuáles serían las reivindicaciones que podría hacer el PSOE a cambio de la abstención, dado que, a pesar de la opinión contraria de los barones más sólidos del socialismo -todos los sureños-, en Ferraz el interés por las reformas ha pasado a un segundo plano.

El PSOE, desde luego, podría jugar el papel que en tiempos llevó a cabo el nacionalismo catalán antes de tirarse al monte y a las cuentas andorranas, en las, posiblemente, mejores legislaturas que ha vivido este país, la del 93 con Felipe González que terminó con cuatro ministros valencianos, y la primera de Aznar, cuando leía a Pere Gimferrer. El PSOE no quiere y los que sí quieren jugar a ser pegamento, digo de Ciudadanos, no pueden por su irrelevancia matemática. Lo ha intentado Albert Rivera tras sufrir el pendulazo binario que antes hemos descrito, pero buena parte de su inteligencia fundacional se ha alzado contra su envite sin haber ligado cartas. Francesc de Carreras, Boadella, Espada, Azúa y otros tantos han dicho que hasta aquí, que resulta inadmisible que Ciudadanos pretenda retocar el cartel del PP. De hecho, Rivera se va a tener que comer con patatas a Rajoy, al que le unen pocas simpatías personales.

La reconversión en parlamentarios funambulistas de Ciudadanos es, pues, inevitable, pero aún más compleja está siendo la digestión en Podemos, en cuyo espacio político había crecido la idea de una expansión constante, como si el podemismo estuviera sometido también a la segunda ley de la termodinámica y su entropía fuera infinita, es decir, irreversible. No ha sido así y todavía están discutiéndolo. Siendo una formación tan plurinacional como plurigrupal va a resultar bastante complicado que salgan indemnes de esa simple discusión a pesar de las expectativas creadas y su llegada a los gobiernos de las grandes ciudades. La onda expansiva del agujero negro que de repente ha aparecido frente a Pablo Iglesias alcanza, claro está, al proyecto de incorporar a Podemos al Consell y a todos los planes de Mónica Oltra para tomar la Generalitat en un tiempo prudencial. Estamos en otra partida tras el nuevo reparto de cartas del 26 de junio.

Compartir el artículo

stats