Los alcaldes se quejan, esta vez con razón, de que los cañares están invadiendo los cauces de los ríos actuando como detonante en multitud de incendios forestales que ayudan también a propagar. Es un claro ejemplo de lo que pueden provocar algunas especies invasoras, y la «Arundo donax» lo es, por más que lleve ya siglos con nosotros. El crecimiento descontrolado de los cañares es capaz de dejar secos los ríos mediterráneos, ya muy castigados por el cambio climático y la intensa explotación a la que son sometidos. Además, impiden la circulación del agua en situaciones de crecidas y taponan infraestructuras como puentes y alcantarillas multiplicando los desastres asociados a las riadas.
Sería bueno que alguna tesis doctoral o una investigación formal determinara el coste económico que provocan las cañas, tanto en su faceta «traga ríos» como en medios de extinción que hay que desplazar a cada incendio de cañar o por contribuir a la destrucción de infraestructuras que son vitales. Nos asustaríamos del importe final. Seguro que merece la pena combatir las cañas, tanto por criterios ambientales como estrictamente económicos.
Los alcaldes piden intervenciones urgentes, para ya; bien porque temen la aparición de nuevos incendios, bien porque anticipan la recurrente gota fría otoñal. Pero en esta reivindicación, como en tantas otras, cabe mirar al medio y largo plazo y no olvidar la extraordinaria resistencia de la caña. Cortarla, quemarla o pasar un bulldozer por encima sirve de poco. Al año siguiente se ha recuperado con más brío y fuerza y el problema, lejos de desaparecer, se recrudece. Solo las actuaciones mal llamadas de «limpieza» de cauces que van acompañadas de mantenimiento y, sobre todo, de la recuperación del bosque de ribera, son realmente eficaces en el control de la caña. No actuar así, además de generar daños ambientales, podría hacernos entrar un bucle similar al de la «reposición» de playas: decenas de millones de euros gastados en reconstruir playas que duran lo que tarda en llegar el siguiente temporal. Mejor lo repensamos.
