Las escenas obscenas que los informativos de televisión nos presentaban de las fiestas de San Fermín resultaban ridículas. El momento era brutal: unas mujeres a hombros de unos varones se descubrían los pechos para regocijo de los espectadores, en especial de aquellos que no dudaron en manosear a estas mujeres, que sonreían como si fuese el juego más divertido del mundo.

Me sentí humillada y vejada como mujer y como persona. Si todo el trabajo de promoción de la liberación de la mujer ha terminado en la promoción de estas libertades de las mujeres, apañados vamos. Y si la masculinidad del varón ha quedado reducida a un puro regocijo sexual de manosear en colectivo y radiado a los cinco continentes los pechos de unas mujeres que alegan que con su cuerpo hacen lo que quieren, apañados vamos también.

Como ha quedado patente en este acto, el machismo no es sólo cosa de hombres. Que unas mujeres entiendan que esto es un acto de libertad y de empoderamiento y que unos hombres consideren que en vez de poner fin a ese acto humillante y degradante, lo que hay que hacer es aprovechar la ocasión para manosear a la susodicha y hacerse un selfie para colgarlo en sus redes sociales, demuestra que algo estamos haciendo mal.

Ese no es el modelo de mujer, creo, que la sociedad propugna. Sin embargo, pocas denuncias de machismo o sexismo vimos en los medios. Es cierto que fue noticia, por lo bochornoso de la situación, pero ¿Dónde estaban todos esos políticos a los que se les llena la boca de derechos de la mujer para ganar votos? ¿Dónde estaban las asociaciones de defensa de los derechos de las mujeres? Porque? mujeres son estas liberadas, pero mujer también soy yo y muchas otras a las que finalmente se nos va a apartar de esos espacios de ocio y esparcimiento por miedo a ser abochornadas, por no sentirnos identificadas con ese modelo de mujer que es noticia el día del chupinazo o, simplemente, por no oír esos comentarios sexistas fuera de lugar e inapropiados que muchos varones se sienten legitimados a hacer como si eso fuese un alago o como si una proposición obscena fuese la aspiración máxima de cualquier mujer.

Si fuese un acto aislado, la de aquel, pero luego pongo la televisión y me encuentro con un programa de máxima audiencia donde una concursante es continuamente humillada y maltratada por todos sus compañeros en lo que se ha convertido, en mi opinión, en una manifestación claramente visible de un acoso brutal y continuado contra una mujer por compañeras y compañeros y a los que la dirección del programa les pide que se disculpen por su propio bien y a la mujer se la castiga por ser una pesada a una especie de encierro en dos metros cuadrados. No me puedo ni imaginar cómo están recibiendo estos mensajes los jóvenes a los que se les muestra este modelo de convivencia en el que la víctima recibe un castigo «simpático» según ellos, y a los acosadores se les pide una y otra vez que se queden, que aguanten y que por su propio bien (la víctima no cuenta) pidan perdón ante las cámaras, aunque sea de boquilla y para no perder el beneplácito del público.

Lo dicho, ¿qué sociedad estamos creando? Se socializa en los hogares y en los colegios, pero también en los espacios públicos y en los medios de comunicación, y está claro que los mensajes no nos llevan a la deseada igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, sino, como si de un juego perverso se tratase, ¡tanto avanzar para llegar al mismo punto!