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El escenario improbable de unas terceras elecciones

Parece imposible que haya nuevos comicios. La saturación electoral y política es considerable, como atestigua el bajo porcentaje de participación de las elecciones de junio: 66,5 %, la menor de la democracia. Por otra parte, los resultados consolidaron con claridad al PP y al presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy.

Cualquier alternativa a un Gobierno liderado por el PP parece inviable (requeriría de un pacto entre Podemos, Ciudadanos y el PSOE, o del PSOE y Podemos más los partidos nacionalistas catalanes y vascos). Esto no significa que Rajoy lo vaya a tener fácil. Nadie quiere ser la comparsa que le proporcione la investidura. Todos los partidos que en principio serían socios naturales (Ciudadanos, el PNV, y por supuesto Convergència) buscan mirar para otro lado y que sea el PSOE, con su abstención, quien otorgue la investidura a Rajoy.

Lo mismo busca Podemos, naturalmente, porque así tendrá un relato al que agarrarse en la próxima legislatura, acusando al PSOE de propiciar el mantenimiento del PP, sus políticas conservadoras y su corrupción (aunque el PSOE siempre podrá responderle con el archiconocido «Pablo, votaste NO» a la investidura de Sánchez, más eficaz dentro de dos años que ahora).

También para el PP es más cómodo tener el apoyo „o la abstención„ del PSOE que de un batiburrillo de partidos con los que a duras penas alcanzaría los 176 escaños. Negociar con un solo partido los cambios en las políticas, en las leyes, en los Presupuestos, que indudablemente solicitaría el PSOE a cambio de su apoyo o, más bien, de tolerar el Gobierno de Rajoy.

Finalmente, el propio PSOE parece tener alicientes para permitir un Gobierno del PP. Por una parte, el castigo electoral que sufriría ahora sería, a buen seguro, mucho menor que el que habría tenido en enero, cuando Rajoy estaba muy debilitado y el Gobierno alternativo parecía mucho más claro. Una abstención in extremis, para impedir que nos encamináramos a unos nuevos comicios, a cambio de concesiones que parezcan relevantes a ojos de la opinión pública, podría leerse en términos, si no positivos, al menos razonables: el PSOE mitigaría su oposición al PP en los términos bipartidistas tradicionales para, en la práctica, consolidar la idea de que sólo el bipartidismo es responsable, sabe ceder, negociar y abordar políticas, mientras que los partidos emergentes (y muy particularmente Podemos) sólo saben hacer tacticismo cortoplacista: postureo.

Además, en el PSOE probablemente no quieran oír ni hablar de nuevas elecciones. El sufrimiento de todo el partido, la incertidumbre, la sensación de jugarse el todo por el todo contra Unidos Podemos, han sido intensos. El PSOE se jugaba en junio su supervivencia, y al final ha logrado mantener la segunda plaza, en votos y en escaños. Por eso, la sensación entre los socialistas, a pesar de obtener (por terceras elecciones consecutivas) el peor resultado de su historia, es de alivio.

Todo ello nos aboca hacia una investidura de Mariano Rajoy, que sin duda tendrá sus momentos de tensión e incertidumbre (muchos de ellos, convenientemente exagerados y orquestados para las respectivas parroquias de cada partido). Porque también existe la sensación de que si hubiera unos terceros comicios el PP saldría aún más fortalecido. Sensación que, desde mi punto de vista, tiene más de shock por el buen resultado del PP y el desplome de la izquierda que de realidad: por un lado, porque ahora será el PP, será Rajoy, el que tenga que exponerse a las críticas en las sucesivas sesiones de investidura. Será él quien se quemará, en lugar de Pedro Sánchez.

Por otro, porque el principal factor que explica el éxito del PP el 26J fue que logró movilizar el voto conservador más fiel, mientras la izquierda (sobre todo, en la fallida confluencia de Unidos Podemos) se abstenía. Estaría por ver si este efecto se lograba mantener, o incluso profundizar más, en unas nuevas elecciones, por mucha Venezuela que volviera a aparecer en los medios. Y con independencia de que el voto de izquierdas se mantuviera dividido casi al 50%, o se concentrara esta vez más en uno de los dos bloques que aspiran a la hegemonía entre los progresistas, PSOE o Podemos.

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