Durante meses, desde el mundo de las izquierdas se habló de una posible vía valenciana para formar un gobierno en España sustentado por una mayoría relativa de izquierda plural. Precisamente para impedir la posibilidad preferida por el establishment de un escenario similar a la vía irlandesa o alemana. Al final, la realidad es que las izquierdas españolas han decidido seguir transitando por la vía de servicio mientras las derechas circulan por una extensa autovía de cuatro carriles sin peaje. Tuvieron su oportunidad y la han desaprovechado. Ninguno quería en realidad alcanzar un acuerdo para gobernar. Unos, que aspiraban a convertirse en alternativa de gobierno, prefirieron una segundas elecciones antes incluso que abstenerse para poder impedir un gobierno conservador. Parece que el objetivo estratégico no eran las personas, sino la hegemonía en el seno de la izquierda. Otros, divididos, sin un discurso claro sobre el papel de la socialdemocracia en España y en Europa en este tiempo y con tensiones internas muy profundas, tampoco eran partidarios de un acuerdo de gobierno de las izquierdas y decidieron seguir pedaleando sin rumbo sencillamente para no caer.

He llegado a muchas conclusiones sobre lo que ha ocurrido durante los pasados meses en España y quisiera compartir algunas de ellas. Naturalmente sin otro ánimo que el de contribuir a una discusión que estimo necesaria y compartir dudas. Las certezas quedan para aquellos que confunden el ejercicio de la política con disponer de una titulación superior y las ciencias sociales con la ciencia ficción e incluso, los más atrevidos, con la astrología.

En primer lugar, tras las pasadas elecciones generales se desvanece la posibilidad de formar un gobierno de centro-izquierda en España. Aunque el multipartidismo ya es una realidad, el Partido Popular dispone de una abrumadora mayoría en el Senado y de una presencia reforzada en el Congreso. La estrategia irresponsable de la polarización ha resultado un éxito solo en el polo de la derecha. Por el contrario, el polo del cambio fracasó en su objetivo. Creo que los responsables políticos de Podemos no hicieron un análisis correcto de la situación española, de los posibles resultados ante una segunda convocatoria electoral y de cómo son percibidos, incluida una parte importante de su propio electorado: no se les ve como alternativa de gobierno sino como una opción política imprescindible para situar temas importantes en la agenda política, para obligar a cambiar a los otros. Pueden volver a errar en su análisis si persisten en la tentación de creer que tras cuatro años más en la oposición pueden ser alternativa de gobierno. Ese es un escenario improbable. Por llevarlo al terreno teórico en el que los responsables de Podemos se sitúan, podría decirse que las tesis defendidas por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe de la hegemonía sin revolución y del populismo de izquierdas para Europa (en especial para la Europa del Sur) merecen ser revisadas o cuando menos más discutidas. Podemos ha tenido el gran mérito de haber sabido entender y canalizar el enorme grado de insatisfacción e indignación existente en amplios sectores de la sociedad española, pero aún le aguarda el trabajo más difícil: convertir ese estado de ánimo, esa energía y malestar difuso movilizados, en un partido político estable y más tarde en lograr ser percibidos como un partido de gobierno.

El otro actor de la izquierda, el PSOE, ha demostrado que no es el PASOK, pero si sus dirigentes se empeñan en ello pueden llegar a serlo. Por ejemplo, facilitando de alguna forma un gobierno conservador. Dicho en otros términos: muchos ciudadanos (votantes socialistas tradicionales y anteriores votantes de Izquierda Unida) han votado socialdemocracia a pesar de unos dirigentes del PSOE empeñados en desgastar a su propio candidato y en evidenciar disputas internas por el poder que no interesan más que a ellos. Mientras tanto, sigue pendiente, si ya no es demasiado tarde, la elaboración de un nuevo relato socialdemócrata para este nuevo tiempo. Podrían aplicarse lo que dice el conocido proverbio africano: «El mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años, el segundo mejor momento es hoy».

En segundo lugar, las izquierdas no inspiran confianza suficiente cuando se trata de gestionar la economía y el empleo en contextos de incertidumbre. De entre todas las razones que explican el resultado electoral (incertidumbre, temor, hartazgo, desconfianza, incapacidad de los actores concernidos para alcanzar acuerdos, repercusión del brexit?), la incertidumbre y el temor han pesado más. En estos tiempos inseguros y precarios, hay temor entre amplios sectores ciudadanos castigados por la recesión y por los efectos de la globalización en los territorios. En ese contexto, algunos ciudadanos (en especial jóvenes y determinados sectores urbanos) siguen mirando hacia el futuro, pero muchos ciudadanos se repliegan y se han refugiado en el PP y en menor grado en el PSOE. Es un voto de clase, generacional y territorial que no ha confiado en los partidos emergentes como solución a sus problemas.

En tercer lugar, entiendo la forma de hacer política hoy, pero no la comparto en absoluto. Lo nuevo no siempre tiene que ser mejor. A la pésima campaña electoral de diciembre le ha seguido una campaña todavía más banal, superficial, roma, efímera y hueca. La política en blanco y negro (la «raya de Pizarro» a la que aludió García Margallo); la política en 140 caracteres; la política (y la comunicación) que se confunde con el entretenimiento; la política en manos de expertos de marketing; la política que trata a los ciudadanos como consumidores. Francamente, esperaba mucho más de los jóvenes candidatos que ahora lideran sus formaciones. Porque éste era su momento y a ellos corresponde gestionar un escenario complejo pero no extraordinario. Era el tiempo de los nuevos liderazgos y han demostrado ser meros candidatos incapaces de encontrar soluciones para su país recurriendo al pacto. Otros antes que ellos y ante escenarios tan complejos o más que el actual fueron capaces de acordar y de sentar bases duraderas, garantía de estabilidad y de cohesión social. Entendiendo que en democracia siempre hay que ceder. Que democracia es insatisfacción. Que todos los actores han de ganar si se quiere avanzar. Y no solo no han sido capaces, sino que tengo la convicción de que los ciudadanos que hemos ido a votar por segunda vez en seis meses hemos sido más responsables que ellos.

En cuarto lugar, ya sabemos qué reformas no serán posible en los próximos años. No era la revolución, pero habría resuelto problemas y devuelto la dignidad a millones de personas que ahora transitarán también por la vía de servicio. Porque incluso formando parte de la Unión Europea y del euro, había margen para impulsar reformas e iniciativas en clave de centro-izquierda aunque no se hubieran podido abordar reformas constitucionales con las minorías de veto del PP en el Congreso y el Senado. Por ejemplo, introduciendo nuevos equilibrios en la Unión reforzando desde el sur el eje España, Francia, Italia. Y en el ámbito de las políticas públicas impulsando cambios profundos en campos muy diversos: una inaplazable reforma institucional, regeneración democrática, legislación laboral, fiscalidad, modelo de financiación, sistema de pensiones, educación, desigualdades, derechos y libertades, violencia contra las mujeres, atención a refugiados, a familiares de personas desaparecidas que aún reclaman reconocimiento de las secuelas de una guerra civil que está «mal enterrada» en palabras de Gabriel Magalhaes. Tal vez a algunos les pareciera insuficiente, pero habría valido la pena intentarlo y millones de conciudadanos lo habríamos agradecido.

Por desgracia, todo parece indicar que la situación española se orienta hacia un gobierno de centro-derecha en minoría como forma de superar el actual bloqueo. Las élites y sus fieles escuderos se ocuparán de que así sea. Lo cierto es que las derechas seguirán gobernando el presente con su hoja de ruta neoliberal mientas las izquierdas fragmentadas seguirán imaginando cómo sería un futuro perfecto. Y lo más grave es que no se dan por aludidos. No se sienten responsables. La alternativa reformista, que en cualquier caso será plural y fruto de acuerdos, tendrá que esperar. No sabemos por cuanto tiempo