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La revolución triunfa (allá lejos)

Ya hasta los chistes son cubanos. Está Maduro ofreciendo un discurso - esa terrible caricatura que intenta hacer imitando a Chaves cada vez que abre la boca y agita los brazos - y la gente colorada agita las banderas pero uno de los escasos vendedores ambulantes de chicha insiste, en una esquina de la plaza, en ofrecer su producto:

--¡Chiiiiiiicha fresquita, chiiiicha sabrosa, chicha para todos!

Maduro redobla sus esfuerzos, gruesas gotas de sudor le empapan el bigote, comienza a pegar gritos, pero el vendedor ambulante sigue con su oferta:

-- ¡Chiiiiicha fresquita, chiiiicha sabrosa, chicha para todos!

El presidente no lo aguanta más y señalando furioso a la plaza con el dedo le ordena a sus edecanes con toda la fuerza de sus pulmones:

--¡Ahora mismo me cogen a ese coñomadre que está vendiendo chicha y le expulsan a Miami!

Y entonces se eleva un clamor de miles de gargantas que canturrean al unísono:

--¡Chiiiiicha fresquita, chiiiicha sabrosa, chicha para todos!

El chiste se lo escuché a un venezolano joven que no sabía que era la adaptación bolivariana de un viejo chiste anticastrista. No se lo quería creer. Actualmente al venezolano le cuesta creerse cualquier cosa. La avitaminosis, la mala nutrición y los ramalazos de hambruna son el pan de cada día, pero el Gobierno dizque revolucionario se empeña en reducirlo todo a pequeños episodios fruto del acaparamiento de la oligarquía criminal. Uno de los efectos del régimen chavista es la imposición de una esquizofrenia institucionalizada: en la calle aumenta la ya aterradora delincuencia, el desabastecimiento de alimentos está a punto de cronificarse, en los hospitales y centros de salud las carencias de recursos tecnológicos e insumos farmacéuticos y quirúrgicos ha sentenciado a cientos de venezolanos en los últimos meses a la ignominia de orinales rotos y sábanas malolientes, al dolor sin analgésicos y a una muerte evitable, pero la revolución bolivariana sigue su camino triunfal mientras vacía el cuerno del amor, la felicidad y el bienestar por todo el país. De vez en cuando la revolución - es decir, Maduro, sus conmilitones y sus secuaces, a los que debe añadirse la cúpula seudofuncionarial de una administración podrida y la mayoría del generalato -- se asoma a la Asamblea Nacional y escupe su impotente desprecio sobre los diputados levantiscos. Terminará disolviéndola.

Venezuela agoniza entre vítores manicomiales, pero mientras la mayoría del país duerme con el país moribundo como almohada los jerarcas de la boliburguesía pasan más tiempo que nunca en el extranjero: sin duda quieren ganar cierta perspectiva para mantener una equilibrada idea de conjunto de la catástrofe. Son ellos los que pasan semanas, meses enteros, en la pecaminosa Miami, y cada vez más frecuentemente, en España. El hijo de Ricardo Rincón, amigo íntimo del exjefe de los servicios de inteligencia del régimen chavista, Hugo Carvajal, se casó recientemente en Ávila en una boda de 400 invitados en la que cantaron Rosario Flores, Óscar de León y Diego el Cigala. Su padre un socio privilegiado y asesor en tiempos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela SA. Rafael Lacava, alcalde de Puerto Cabello, pasa la mitad del año en Barcelona, puerto donde tiene domiciliado su yate, y sueña con que su hijo menor sustituya a Messi un día (en la actividad futbolística, no en las fiscales) mientras cierra negocios millonarios. Ernesto Heliodoro Velasco, ex director general del centro artístico La Estaca, vive en La Moraleja, donde lo visita de vez en cuando para tomarse unos rones su amigo Juan Carlos Monedero. Son solo tres ejemplos de empresarios y cargos políticos comprometidos con el chavismo y enriquecidos gracias a la farsa revolucionaria. Que triunfe la revolución. Allá lejos.

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