El PSOE se encuentra ante un gran dilema de difícil solución, como si de un nuevo teorema matemático se tratara, o de una obra teatral cuyo desenlace nunca es plenamente satisfactorio.

Es bien sabido que el PP, aunque se empeña en manifestar lo contrario, no ha ganado las elecciones. A sus líderes no acaba de metérseles en la cabeza que en nuestro sistema parlamentario gana las elecciones el que consigue obtener, como mínimo, la mayoría de votos

parlamentarios, que son 176. Con 176 votos o más se puede obtener la investidura y una gobernanza estable. También es posible alcanzar la investidura con menos votos parlamentarios, cuando éstos se acercan a los 170, como ha sucedido en ocasiones anteriores en España. Pero esta circunstancia no concurre tampoco en el PP que tiene solo 137 votos parlamentarios, es decir, le faltan nada menos que 39. Nunca en nuestra historia se ha investido a un presidente con 137 votos parlamentarios que exigirían la abstención de 213 diputados y que haría muy difícil gobernar. Cosa diferente sería llevar a cabo una reforma constitucional que contemplara una solución in extremis que evitara situaciones como las que vivimos. Pero aunque se alcanzaran soluciones imaginativas para propiciar en situaciones como la actual gobiernos en minoría, éstos tendrían difícil gobernar. A este asunto le hemos prestado atención en un artículo anterior y no toca tratarlo ahora.

Desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015, incluso antes, se suelen sumar a los votos parlamentarios del PP los de Ciudadanos, como si este último partido político estuviera obligado a prestar al PP sus escaños, cuando, por el contrario, Ciudadanos ha demostrado con su alianza con el PSOE tras las elecciones del 20D que no se considera una especie de escudero del PP, y ha manifestado después de las elecciones del 26J que quien puede solucionar el problema es el PSOE, pues los votos parlamentarios de Ciudadanos son insuficientes aisladamente para desbloquear la investidura, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda.

Por su parte, el PSOE se ha ido metiendo cada vez más en un callejón sin salida. Ahora, tras el 26 de junio sus líderes dicen al unísono que los ciudadanos les han enviado a la oposición. Pero el caso es que los ciudadanos ya les habían enviado a la oposición el 20 de diciembre, cuando el PSOE obtuvo el peor resultado en la democracia. La diferencia de 5 escaños entre una y otra elección no es relevante ni cuantitativa ni cualitativamente, pues ni entonces ni ahora puede el PSOE conseguir 176 votos parlamentarios. No obstante, como es sabido, Pedro Sánchez intentó junto con Albert Rivera, después del 20 de diciembre, una operación muy imaginativa de investidura bien conocida, cuyo fracaso estaba cantado, habida cuenta de la posiciones del PP y de Podemos. Otro error del PSOE ha sido negar, desde antes de las elecciones del 20 de diciembre, la posibilidad de un gobierno de coalición con el PP. Y, más recientemente, el error en que ha incurrido la mayoría de los líderes del PSOE, desde el primer minuto posterior al 26 de junio, ha sido el de proclamar que ni por activa ni por pasiva apoyarían la investidura de un presidente del PP (de Rajoy o de cualquiera otro).

Como muchos preconizamos, los resultados del 20 de diciembre podían repetirse el 26 de junio. Y así ha sido, salvo en algunos matices, pues los bloques derecha, izquierda y nacionalismos siguen ofreciendo un resultado equivalente. El PP, en el mejor de los casos, podría conseguir acuerdos con Ciudadanos, aunque no es tan sencillo, porque si Ciudadanos finalmente acepta que Rajoy y su equipo vuelva a gobernar podría seguir perdiendo credibilidad (ha sido el principal perjudicado por su pacto con el PSOE). Pero vamos a pensar que Ciudadanos consiguiera que el PP, por ejemplo, aceptara los términos del pacto que alcanzó con el PSOE, lo que justificaría su apoyo o abstención en la investidura, de Rajoy o de otro representante del PP. Pero aun así la suma de votos parlamentarios de los dos partidos arrojaría la cifra de 169 diputados. De manera que sería una cifra insuficiente si los demás partidos votaran en contra. O acaso está pidiendo el PSOE que el PP pacte con los independentistas vascos o catalanes, aceptando sus reivindicaciones, para obtener finalmente 176 votos parlamentarios, si además consiguiera pactar con Ciudadanos, lo que en ese caso sería improbable. Ese acuerdo no se puede alcanzar ni debería favorecerlo o consentirlo el PSOE. Ya han pasado los días de vino y rosas con los independentismos que se disfrazaban de corderos, y que se avinieron a pactos con gobiernos del PSOE y del PP.

La coalición del PSOE con Podemos (156 votos parlamentarios), es en la actualidad pura fantasía, dado el enfrentamiento radical entre ambos, y tampoco conseguiría los 176 escaños necesarios para la investidura, ni obtendría la abstención de Ciudadanos que se opone firmemente a un pacto de esa naturaleza, ni permitiría pactar con los partidos independentistas por ser una línea roja para el PSOE.

Y aquí empieza el dilema del PSOE, que ha sido el partido político que más años ha gobernado en España, y que siempre ha puesto de manifiesto que lo primero son los intereses de los ciudadanos y no las estrategias e intereses partidarios. De ese carácter no pueden alardear ni el PP ni Podemos que, en otro caso, se habrían abstenido en la investidura de Pedro Sánchez. Ambos partidos prefirieron actuar sin sentido de Estado ante una coalición PSOE-Ciudadanos, que superaba en escaños al PP y a Podemos, y que desde la lógica parlamentaria, en que ahora se ha instalado el PP, presentaba los mismos argumentos que en la actualidad presenta el PP para pretender gobernar. Pero el PSOE no puede actuar como el PP o como Podemos, es decir, con desprecio a los intereses generales.

La cruda realidad es que solo el PSOE puede solucionar el complejo dilema en que se encuentra el país y el PSOE. En circunstancias excepcionales hay que adoptar soluciones excepcionales, pues en otro caso lo que sucedería es que tendríamos que ir a unas terceras elecciones en que, muy probablemente, la responsabilidad sería atribuída por los ciudadanos al PSOE y a Ciudadanos, con mayor deterioro electoral de ambos, favoreciendo el incremento del número de diputados del PP.

Las cosas solo se cambian desde el poder. Creer que desde la oposición se puede cambiar el curso de los acontecimientos solo es apto para ilusos. Pero ya que el PSOE renuncia al poder que le ofrece el PP, la única solución al dilema, la que menos daño hace a los intereses generales y a los del PSOE es la de un pacto de abstención con el PP. Un pacto con el contenido similar al que acordó con Ciudadanos. Pues solo de ese modo podría explicar a sus votantes el cambio de posición y, además, protegerse de Podemos. Y, a continuación, como primer partido de la oposición en el Congreso debiera ocuparse de exigir el cumplimiento del pacto, marcando las distancias convenientes en los asuntos no pactados y reconstruyendo el partido, ahora maltrecho, para ponerlo en condiciones de gobernar en 2020.