No me cabe la menor duda de que los resultados que ha obtenido el PP en la Comunitat Valenciana van a servir para anclar en sus puestos a los líderes, aparcando lo que se antojaba como una renovación cantada. Pero se equivocarán quienes pretendan autoconvencerse de que la mejora en 80.000 votos significa que los ciudadanos han hecho borrón y cuenta nueva. Lo acontecido a nivel autonómico no es más que una muestra de lo sucedido a escala nacional, si bien aquí el desastre del Gobierno del Botánico ha ayudado al PP. Los escándalos por enchufismo, amiguismos, los gratuitos conflictos educativos, los referendos locales sobre fiestas populares, dudosas trasparencias, los choques con sustrato religioso, compromisos olvidados, los arrogantes sorpasos, los planes prometidos sin avances, la inexistencia de rescates y, sobre todo, la ausencia de gestión que no ha podido maquillar el abuso de eslóganes, han provocado que se incline la balanza hacia los populares.

La militancia del PP sigue siendo una de la más potente del espectro político, y aunque aletargada como consecuencia de la corrupción de sus líderes, empieza a dar muestras de recuperación. Eso no quiere decir que no vaya a mantener en cuarentena a sus actuales dirigentes, una actitud que refleja madurez como grupo. Esa madurez explica, por ejemplo, que este año tampoco vayan a convocarse las otrora multitudinarias cenas de verano en Valencia, Benicàssim o Moraira, para las que era tarea ardua conseguir plaza. Como tampoco se ha recurrido a la plaza de toros para recibir en loor de multitudes al líder, ni fiestas de fin de campaña. Todo eso eran alardes de una época de grandeza a la que puso punto final la corrupción.

Ahora bien, los resultados no tapan la bisoñez de los nuevos dirigentes del PP en la organización de la campaña electoral. Ni en las sedes locales ni de distrito se movilizó a la militancia para los mítines. Aun a fecha de hoy, hay quien desconoce cuál era su cometido como miembro del comité de campaña y quien se pregunta por qué en los carteles no aparecían las caras de los candidatos. Y hubo un bochornoso absentismo por parte de muchos de los que iban en puestos de salida, a los que casi no se les vio el pelo, aparentando que había dos clases entre los candidatos.

Por todo ello, Isabel Bonig haría bien en renovar su equipo. La militancia puede ser madura, pero no necia. Y los errores del contrincante político puede que no se repitan en el futuro.