El pasado 2 de junio aparecía en este periódico el texto del discurso no pronunciado „al morir„ por del gran y malogrado novelista valenciano Chirbes, marxista confeso, que preparó para la entrega del Premio Nacional de Literatura, en el que calificaba a Felipe González de cínico y a José María Aznar de iluminado: benevolentes juicios. De Aznar salió filtrado su fraude a la Hacienda Pública, que entre liquidaciones suplementarias y multa supera los 250.000 euros. Nuestro Napoleón de hojalata denunció algún día después de esta filtración a la Fiscalía General. Y a los dos días en la república mesoamericana de El Salvador daba una conferencia sobre corrupción. Y para igualar con lo que luego veremos del ex González, podemos recordar del cercano pasado aznariano su extraña amistad con el terrorista internacional así declarado, Gadafi, presidente de Libia con el que empezó un negocio de desaladoras interrumpido por el trágico final de aquél. Y donde para ahorrarse gastos utilizaba a Casado, que lo tenía adscrito como una de las prebendas de ser ex, y que ahora está en el staff rajoyano.

Del otro jarrón chino no sé si es mejor o peor lo que ya sabíamos hasta ahora de él. Por ejemplo, su gran amistad con aquel inefable presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, depuesto por delitos económicos, además del responsable de la mayor masacre de aquel país (no por Chaves y Maduro) el llamado caracazo, más de 800 muertos. Era una época en la que otro amigo de ambos, Cisneros, adquirió a precio de saldo Galerías Preciados, lo que le permitió un pelotazo insigne, sin que por ello presupongamos ninguna mala lectura. Pero algo mucho más reciente abisma a este ex: precisamente unos meses después de que la Corte Penal Internacional declarara genocida al presidente del Sudán del Norte, le dirigió una carta para que atendiera al hispano iraní Zandi, en relación con la empresa Star Petrolium, operante a través de paraísos fiscales.

Las líneas precedentes precedieron, valga el obvio pleonasmo, a los resultados del 26J, la decisión/reacción de una masa de votantes (el 33 % fue para el PP) frente a estas degradaciones y todas las casi innúmeras ajenas a los dos jarrones „si bien muy bien ocultadas aún más la felipista que la aznariana„ tanto por los medios que más que de difusión son de confusión y manipulación, como los propios partidos. En el caso de González, sus correligionarios se sintieron ofendidos con lo de Pablo Iglesias y la cal viva, pero con el nuevo episodio sudanés el interesado se muta más en un ídolo que en su mayor parte, más aún que los pies, no es de barro, sino de cal.

Y el resultado electoralmente desolador es una metáfora, sobre todo para el partido de la podredumbre, de la degradación en que se abisman los dos padres de su patria. Poca duda puede quedar de que si en el día de reflexión (los tres anteriores surgió el díazgate del ministro de Interior, ni cesado ni dimitido, vergüenza que vino en la prensa extranjera) hubieran surgido dos buenos casos de corrupción habrían llegado a la mayoría absoluta, que como han hecho en estos cuatro años de plomo candente, la mutarían en absolutista. Ya vimos que donde más sube es en Madrid y Valencia, ápices de la corrupción. «Vivan las cadenas» y «Abajo la inteligencia»: siglo y medio separan ambas desoladoras locuciones, pero 80 años después de la última, ambas son de plena actualidad.