Vamos camino de convertir las últimas elecciones generales en la convocatoria electoral más analizada de la historia. La pregunta es si ello va a servirnos para hacer las cosas mejor en el futuro. Y es que habernos dado cuenta de que el factor miedo ha condicionado el resultado electoral, que no niego que no sea cierto, puede ser que acabe convirtiéndose en una coartada perfecta para que nos dejemos caer en alguna modalidad de autocomplacencia. Sería bueno empezar reconociendo que la coalición electoral apresurada y desequilibrada que dio lugar a Unidos Podemos es una fórmula manifiestamente mejorable. No para pasarle la factura por ello a nadie, lo cual solo aportaría división, sino para concienciarnos todos de que necesitamos una hoja de ruta diferente. Sigue estando pendiente la construcción de una verdadera y potente confluencia de la izquierda social y política alternativa de nuestro país. Es necesaria y, sobre todo, es posible.

Pero para afrontarla todos deberíamos empezar por ser al menos un poco más humildes y entender que ese proyecto debe ir más allá de Podemos y de IU, concerniendo, por ejemplo, a muchos agentes sociales y políticos a los que no hemos logrado involucrar aún. No hace falta mirar muy lejos, es innegable que los procesos locales y autonómicos con más musculatura social e intelectual han sido los que mejor han salido parados de las diferentes convocatorias. Y eso sin agobiarse por mostrar una presencia ostentosa de la franquicia madre.

Para empezar, no estaría mal que abandonáramos ya los debates personalistas y las disquisiciones sobre puros y demonios, para trasladarnos a un debate mucho más serio: el debate de las ideas. Hay varios elementos que a mi juicio deben ser esenciales en la conformación de esa verdadera y potente confluencia pendiente: La democracia participativa que pregonamos para las instituciones, practiquémosla en casa. Primarias ponderadas territorializadas para elegir a nuestros representantes y no pactos entre caudillos, ni listas plancha. Es imposible asaltar los cielos sin los pies en la tierra. La coalición burocrática ha sido una fusión fría porque le ha faltado el calor de la gente. Debemos preservar la pluralidad y la identidad de las partes que se comprometen en los procesos. No podemos seguir desconcertando al potencial electorado escondiendo a los protagonistas y sus señas de identidad. No tenemos que avergonzarnos de nuestro pasado y dejar nuestras mochilas a la puerta para poder ser actores legítimos de la convergencia política.

Tampoco pretendemos arrinconar las nuevas formas de ver la realidad que nos aportan las organizaciones emergentes, al contrario, no sumaremos si no logramos reconciliar dos culturas políticas, la de última hornada y la de largo aliento, sin vencedores ni vencidos. La discusión política debe centrase en el programa común. Son muchos los que no han depositado en nosotros su confianza porque no acaban de vernos como portadores de soluciones creíbles a los problemas ciudadanos. Ese es nuestro auténtico desafío pendiente. Conformarnos con ser un voto protesta alternativo a la abstención tiene un techo muy bajo. Si la prioridad de la estrategia política es la eliminación del PSOE y no la publicación de políticas de izquierda en los boletines oficiales, es que estamos siendo poco ambiciosos.

La búsqueda de la transversalidad no puede convertirse en una apuesta por la ambigüedad. Los principales dirigentes de IU y de Podemos somos gente de izquierdas que defendemos políticas de izquierdas, así somos percibidos por la sociedad y eso no es precisamente nuestro talón de Aquiles. Sí que podríamos ser más transversales en las formas. La frivolización de los gestos, la soberbia en las expresiones y el estilo inquisitorial provocan más rechazos que adhesiones. El libreto oficial no puede seguir siendo ese. El aislamiento resulta estéril. Ante la actual fragmentación del panorama político es ridículo tener vocación de minoría de bloqueo. Si no somos capaces de dialogar y acordar con otros agentes políticos, más o menos cercanos a nuestro espectro político, la derecha seguirá reforzándose. A la vista está lo ocurrido en los últimos meses. El testimonialismo no puede ser una opción, los ciudadanos más fastidiados no se merecen que usemos nuestros escaños para el desahogo de nuestras frustraciones, en lugar de convertirlos en palancas de cambio.

En lugar de debatir sobre estas y otras cuestiones, podemos optar por el cainismo y la caza de brujas. Algunos tenemos las espaldas ya muy anchas a estas alturas, nos da un poco igual que quieran colgarnos la etiqueta de enemigos de la confluencia a los que llevamos más de un lustro reclamándola, sólo porque no seamos unos entusiastas del producto oficial. No nos arredra. Con el debido respeto a cada cual, insistiremos en que al menos se someta a evaluación. Nos equivocaremos si pretendemos que la afluencia de IU y de otros en Podemos va a dar lugar esa verdadera y potente confluencia. Puede ser que los verbos afluir y confluir tengan una sonoridad similar pero, consultada la Real Academia de la Lengua, apreciamos que ésta pone el ejemplo de los rí- os para mostrar que su significado no es precisamente equivalente. Afluir según la RAE: Dicho de un río o de un arroyo: verter sus aguas en las de otro o en las de un lago o mar. Confluir según la RAE: Dicho de dos o más ríos u otras corrientes de agua: juntarse. Estamos a tiempo de elegir. En lugar de perder el tiempo en señalar a los impuros que hay que condenar a galeras, mejor nos dedicamos a abrir espacios para el debate de las ideas. Si es para solucionar los problemas de «los de abajo», con perdón, igual mejor no hacerlo «por arriba».