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Estado de excepción permanente

Hoy tampoco haremos amigos. El presidente del gobierno en funciones recibió a ERC para explorar las opciones de su investidura. El hecho demuestra que idearios irreconciliables pueden citarse para intercambiar reflexiones o constatar las distancias que separan concepciones tan dispares sobre las cosas. Impelido por nueva aritmética parlamentaria el monolítico PP renuncia a vetos de antaño e intenta dar un marchamo de normalidad a la política española. La normalidad es un escenario exigible en democracia pero, por desgracia, en la política valenciana es una utopía. El nuestro es un país de presuntos sospechosos. Por un lado, la derecha local ha demostrado dotes suficientes de torpeza y soberbia. Por otro, la izquierda no logra librarse de su gen revanchista, sectario y diletante ni aún gobernando. El resultado está a la vista. Nos perdemos en pirotecnias, exabruptos y argumentos ad hominem.

La ruina. Los gobiernos populares dejaron la Comunitat Valenciana como Mordor antes de batirse en retirada, expulsados del poder por el resto de fuerzas, y olvidaron suficiente arsenal en el campo de batalla como para que el tripartito celebrara una orgía. En el debe de quien gobernó encontramos hábitos delictivos juzgados y condenados, el uso espurio de los servicios públicos y el abandono de las personas en general y de sus públicos naturales en particular. Pero hoy gobiernan otros y la política del Consell se alimenta básicamente de las ruinas del «ancien regime». El problema llega cuando además de aprovechar las miserias de antaño se pasa a la injuria más propia del suburbio ideológico que de las instituciones democráticas. Canallas hay a un lado y al otro. Denostar con artes machistas a la vicepresidenta Oltra, despreciar a Miguel Ángel Blanco en el aniversario de su muerte, mofarse de las mutilaciones de Irene Villa o el horror que sufre la familia del torero finado Víctor Barrio son actitudes consignables al discurso del odio, creciente, y que no puede amparar la libertad de expresión, como dice el Supremo.

Injusticia. El tripartito sostiene su política sobre la reivindicación frente al abandono del Estado -tangible-, el bárbaro eslogan «les retallades maten» y la memoria de las grandes catástrofes de la era popular. Entre ellas la tragedia del metro. En las Corts, el tripartito y C´s han hecho «responsables» de «43 muertes» -ni más ni menos- a una serie de personas de distinto perfil. La comisión de investigación -herramienta tan legítima como prostituida- ha resuelto con una injusticia otra injusticia mayor que intentaba reparar. Allí han mezclado a responsables ferroviarios o sus jefes junto a testigos circunstanciales y colaterales, haciendo pagar a justos por pecadores. Discurso del odio. No nos extenderemos en las atrocidades particulares. Para honrar al César y a Dios no hace falta publicar listas de presuntos pecadores. Para restituir a las víctimas -necesario- no es preciso condenar a inocentes. Menudo juicio paralelo. Menudo tribunal de excepción. Menudo papelón, señorías.

Obsesión. El nuestro es un sistema político anormal, cimentado sobre la sospecha y la obsesión por erradicar de la faz de la tierra a la mitad del electorado. Eso no es gobernar. Buena parte de la estrategia del poder consiste en imponer su realidad mágica y borrar las referencias ideológicas que consideran afines a sus adversarios ya sean desde la óptica educativa, espiritual, costumbrista, festiva, cultural -taurina-, o económica o, en el extremo del sectarismo, la indumentaria o vete a saber bajo qué complejos. Conocemos a determinados jemeres con despacho que comulgan con el maestro de escuela -Dios, pobres niños- que «bailará sobre la tumba» del torero muerto y con la edila filopodemita de Catarroja que le ríe las gracias. Serían felices con la desaparición -física incluso- de quienes identifican como contrarios. O eso o el Gulag.

Gestión o ideología. Y no hay visos de cambio. A estas alturas, más allá de la descalificación masiva que recibieron los votantes del PP por parte de la vicepresidenta de todos los valencianos por no haberle votado, ignoramos qué clase de lección habrán aprendido los del Botánico. Aunque, efectivamente, tres años son una vida en política, no dan muestras de sentirse concernidos por quienes han dicho bien alto que, por este camino, en 2019 «al carrer». Y los augurios son desesperanzadores. La ideología le gana a la gestión. Ximo Puig ha dedicado más tiempo que sus socios a gestionar el gobierno, pero quien marca el camino ideológico del Consell y se hace más visible es Oltra. El President ha invertido más en administrar la CV que en su partido. Hoy, seguramente, se lo recordarán en el Comité Nacional del PSPV. Porque en el microcosmos de la izquierda, Compromís les lleva ventaja, agitando el batiburrillo y troleando al enemigo. En eso son unos hachas.

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