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Por el Paseo de los Ingleses

Hace apenas tres meses caminaba por el bellísimo Paseo de los Ingleses en Niza, la ciudad más hermosa de la Costa Azul francesa. El paseo donde se sitúa el fastuoso hotel Negresco, lugar de atracción para la aristocracia británica que cargada de baúles y personal doméstico embarcaba hasta este lugar para pasar el invierno. De ahí el nombre. Muchos años después, hacia 1960, otro reconocido británico, Winston Churchill, pasaría sus últimos tiempos cargado de lienzos y acuarelas pintando por los paisajes de la Riviera y huyendo de los cielos plomizos de Inglaterra.

Ese era el perfume de la memoria sobre dicho lugar, la literatura que la historia y las historias han ido dejando como huella en el inconsciente colectivo. Hasta la noche del pasado jueves, cuando un enloquecido atentado dejó salpicado de cadáveres el paseo, cuya normalidad ya no será posible. Nada será igual. El poso de la tragedia quedará indefectiblemente ligado a esta playa de guijarros. Y dudo mucho que el Negresco se sobreponga al reguero de muertes en su entorno.

Una pareja de extraordinarios artistas, la castellonense María Bleda y José María Rosa „expusieron en el Club Diario Levante en 1997„, llevan años trabajando sobre fotografías de lugares recargados de significados pero que el paso del tiempo los ha vaciado de los mismos, convirtiéndolos en no lugares. Los campos de batalla en Almansa, Bailén o Covadonga se han transformado en paisajes anodinos, como las porterías de fútbol desvencijadas de campos de fútbol abandonados. No hay atisbo del tiempo de la historia salvo la leyenda que acompaña cada imagen. Entonces, nosotros, mirones de la obra, incorporamos al espacio los contenidos provenientes del pasado.

No hará falta trufar de iconos y monolitos fúnebres la playa de Niza como ocurre en las arenas de Vierville-sur-Mer, más conocida como Omaha, donde murieron centenares de miles de jóvenes soldados que salpican de cruces blancas los camposantos de la guerra en Normandía. La matanza de Niza pertenece a otra batalla, pero de dimensiones bélicas según valoran los dirigentes socialistas franceses, de François Hollande a Manuel Valls. Allí, en el Paseo de los Ingleses hay altares populares levantados a las pocas horas de la matanza del camión blanco. Rezar es uno de los escasos bálsamos frente al drama.

Que la autoría del atentado proceda de una, otra o ninguna organización islamista de tinte radical, es indiferente. La locura del conductor asesino quizás sea de la misma naturaleza que la de Travis Bickle, el Robert de Niro de Taxi Driver, un exmarine de la guerra de Vietnam, como el veterano afroamericano de los campos afganos que abatió a tiros a los policías de Dallas hace unos días. Instigado o no por los mulás de la yihad, antiguo combatiente, pobre desheredado o joven de familia acomodada sin ilusiones vitales, tanto da. Cada cual, en función de su ideología previa buscará una explicación, cuanto más conservador, más inclinado a razones étnicas y religiosas, cuanto más progresista más tendente a explicar la realidad en función de las desigualdades o las lacras del imperialismo occidental. Hay para todos los gustos.

Lo cierto es que frente a los que preconizan el fin de la Historia o quienes piensan que la educación civilizatoria y la moral natural alcanzan al conjunto social, nunca ha ocurrido así. Conviene, pues, tener un cierto sentido de la realidad frente a la fantasía que emiten desde Disneylandia. El ser humano es frágil y las sociedades humanas también. Ahora les toca vivir esta angustiosa realidad a las sociedades islámicas, pero el Islam en sí no es el culpable de semejante rapto violento por más que anide en él ese potencial radical. Una tendencia teocrática, extrema, basada en atemorizar a sus fieles, que el Islam comparte con el judaísmo y el cristianismo, las tres religiones reveladas originarias del Oriente Medio. Religiones que necesitaban dominar la naturaleza salvaje de los grupos humanos originarios. Que esa es otra. El mito del buen salvaje que propuso Rousseau y que en realidad construyeron los frailes españoles en América, no tiene sustento antropológico alguno.

El islam, desde luego, no es culpable de la violencia yihadista como la cultura alemana tampoco lo fue del delirio nazi que culminó en los campos de exterminio, pero es en su fermento donde ahora mismo se está produciendo el azote de la barbarie irredenta contra la civilización. Y ese, me temo, es un problema irresoluble, de momento, y que no se solventa ni con más bombardeos sobre población civil inocente en los desiertos de Mesopotamia ni dejando pasar sin control a todos los refugiados que el desorden sirio está produciendo. Conviene recordar en ese punto que en Francia existen más de cinco millones de musulmanes con pasaporte francés o que en España mantenemos la soberanía sobre dos ciudades norteafricanas de amplia mayoría musulmana, así que estamos ante una cuestión ineludible y que nos afecta en el día a día, sacrificando porciones de libertad a favor de la seguridad en sus dosis justas.

Ni tengo soluciones ni creo que existan más allá del transcurso del tiempo, ese que todo lo cura. En el entreacto me gusta, y lo recomiendo, leer literatura árabe, refinada, sutil y humanista, del sirio-alemán Rafik Schami al afgano-estadounidense Khaled Hosseini y todo el pensamiento sufí del que tanto y tan bien nos habla Vicente Gracia reivindicando el fondo árabe de la manera de entender el mundo de los valencianos.

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