Quizás nunca como ahora ha estado tan distante la política de la verdad. Ante la conocida afirmación de que la política es el arte de lo posible, no solo de lo deseable, debemos concluir que nos hemos alejado mucho de esta importante máxima. Cada vez con mayor ahínco, los políticos se centran en ganar elecciones diciendo aquello que la gente desea que ocurra, independientemente de la posibilidad real de llevarlo a cabo.

Un caso paradigmático fue Grecia, cuando Alexis Tsipras afirmaba lo que tanto el pueblo como él deseaban: acabar con los recortes y plantar cara como Estado soberano a la troika de turno. Pero claro, tras ganar las elecciones no fue posible hacerlo, ya que los efectos del grexit habrían sido probablemente mucho peores. Pues esta misma dinámica caracteriza al escenario político de nuestro país, y probablemente a todos los países donde exista un modelo de democracia mediática. Pero lo sorprendente es que ni siquiera la evidente distancia entre las promesas y lo realmente factible, parece influir en la intención de voto de una gente deseosa de vivir en un mundo de fantasía. Mariano Rajoy incumplió sistemáticamente cuando gobernó todo lo que prometió en su campaña electoral. Pero el PP ha vuelto a ser el partido más votado, tras una campaña de promesas igualmente increíbles. En realidad, nadie espera ya que se cumpla lo prometido, solo se busca afinidad con las promesas.

El alejamiento entre política y verdad es una señal indiscutible del declive de nuestra democracia. Y esto es así en parte porque los votantes tampoco quieren oír la verdad, ya lo decía Pablo Iglesias: «El discurso del decrecimiento no da votos»; con lo cual, las realidades duras pero imprescindibles no se abordan, ni en campaña ni en el gobierno. Excepto si Europa y el capitalismo te obligan a abordarlas, claro „y solo si gobiernas. Así, hemos ido cayendo progresivamente en un perverso juego de engaño y autoengaño: los políticos intentan ganar votos con promesas populistas apetecibles, y luego ya harán lo que puedan o lo que les dejen los que mandan. Sami Naïr hablaba de la inevitabilidad del populismo en el sistema político actual, y creo que lleva razón. Pero el engaño y el populismo siempre ha traído, a la postre, descrédito para los políticos y desengaño para los votantes.

Pienso que si surgiera un nuevo líder honesto, humilde y cercano „algo así como el griego Tsipras, pero diciendo lo posible, no solo lo deseable„ y basara su programa en decir la verdad sobre las dificultades y las posibilidades reales de la lucha contra el heteropoder que realmente manda, entonces quizás podríamos votarle sin miedo a engaños ni a autoengaños, retomando así el hermanamiento entre política y verdad.