Un comunicado bastante vago del Estado Islámico se ha atribuido la horrible matanza de Niza, donde decenas de personas inocentes fueron atropelladas por un tunecino al volante de un enorme camión mientras contemplaban un espectáculo de fuegos artificiales con motivo de la celebración de la fiesta nacional. Lo de atropellar gente es una forma de terrorismo frecuente en Israel y recomendada en los manuales operativos del Estado Islámico como un método de causar daño barato y al alcance de todo aquél que esté dispuesto a dar su vida por la causa. Imagino a familias enteras divirtiéndose, rodeadas de niños con un helado en la mano y la mirada asombrada ante el espectáculo de los fuegos, cuando atacó el asesino y dirigió el vehículo hacia un tiovivo, donde la aglomeración de niños era mayor. Hay que ser muy caballa para hacer algo así. De todas formas, la reivindicación del Estado Islámico hasido bastante vaga y da la impresión de que «el soldado» terrorista actuó inspirado por la organización pero no dirigido por ella, que probablemente no tuvo conocimiento del atentado hasta después de su ejecución. Lo cual no le quita responsabilidad pues lo inspiró y luego lo recibió con alborozo. Hay por ahí mucho hijo de puta, si me perdonan la expresión porque no se me ocurre otra más exacta.

Los atentados terroristas inspirados o dirigidos por el yihadismo salafista están golpeándonos muy duramente desde hace algo más de un año en París, Bruselas, Estambul o Niza, entre otros lugares como Irak, Siria, Túnez, Líbano, Yemen y Libia, de cuyo horror, precisamente, escapan los millares de refugiados que tratan de llegar a Europa. Y no es casual que así ocurra, pues estos atentados terroristas forman parte de una estrategia diseñada por los mandos superiores del Estado Islámico, que son antiguos oficiales sunitas de Sadam Husein y miembros del partido Bath que traspasaron su fidelidad al autoproclamado califa Al Bagdadi cuando los chiítas, mayoritarios, se hicieron con el poder en Irak.

Los objetivos que persiguen estos atentados terroristas son varios: en primer lugar forman parte de la lucha asimétrica que libran contra el estado iraquí y contra la coalición internacional que les bombardea sin misericordia. El Estado Islámico ha sufrido últimamente serios reveses militares en Ramadi, Palmira (Siria) y Faluja, mientras la ofensiva iraquí se acerca a Mosul. Ha perdido un 20 % del territorio que ocupaba y no tiene capacidad de respuesta militar adecuada. Por eso recurre a la guerra de guerrillas, al miedo que inspiran sus ejecuciones masivas y al terrorismo en la retaguardia del enemigo. Sabe que ahí nos duele y ahí es donde procura atacar, buscando objetivos blandos a medida que los militares o gubernamentales están cada día mejor protegidos. Una sala de fiestas en París o una muchedumbre indefensa en Niza son claros ejemplos. Y no es posible protegerlo todo, todo el tiempo.

En segundo lugar, son atentados destinados a mostrar a su propia gente que pueden sufrir reveses y derrotas pero que son capaces de reaccionar con ataques que nos hacen mucho daño y que obtienen gran repercusión mediática y propagandística. Son atentados destinados a subir la moral de sus tropas y a procurar que sigan llegando de todo el mundo jóvenes idealistas dispuestos a unirse a sus filas y a cubrir los puestos de los que a diario caen en los combates. Es una estrategia que tiene éxito porque el número de los combatientes del Estado Islámico parece mantenerse estable, unos 30.000, a pesar de las bajas que sufre.

En tercer lugar, estos atentados muestran que su lucha no es solo contra los «blasfemos» chiítas, sino contra los malvados «cruzados» occidentales, despertando así un rescoldo de odio que se mantiene en el alma de muchos musulmanes y que les une en un recuerdo compartido de una lucha de liberación nacional... hace nueve siglos. Al mismo tiempo, este terrorismo nos obliga á nosotros a reaccionar intensificando «los ataques de Occidente contra el islam». No es cierto, aquí nadie ataca al islam pero es así como lo presenta su propaganda y mucha gente lo cree. En cuarto lugar, estos ataques tienen el objetivo de aumentar los problemas de conciencia e identidad de las numerosas comunidades de musulmanes que viven entre nosotros y cuya integración es más que discutible. Se crean así nuevas barreras de incomprensión y desconfianza entre nosotros, animando a unos a recobrar su identidad perdida y a actuar como una quinta columna de lobos solitarios en nuestro seno, mientras que al mismo tiempo crea una profunda desconfianza frente estas comunidades de inmigrantes y a quienes visten o piensan de manera diferente.

En quinto lugar, estos atentados provocan divisiones en el seno de nuestras sociedades, estimulando movimientos xenófobos, racistas y de rechazo que nos debilitan y minan los valores que decimos profesar, dañando nuestra convivencia democrática, provocando desconfianzas y animándonos a cerrar fronteras y elevar muros de separación entre nosotros. De esta forma, son atentados que no solo llenan de sangre nuestras calles sino que también llagan nuestras almas y nos hacen un poco peores.

Frente a ellos no estamos indefensos porque el Centro Nacional de Inteligencia y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están muy alerta y la prueba son los 130 detenidos este año en España, que han evitado la comisión de atentados terroristas. Pero siempre se pueden mejorar los medios, la coordinacion interior y la colaboración internacional, sabiendo que la victoria final la dará la educación y eso lleva tiempo. Y que, mientras tanto, los terroristas lo seguirán intentando.