Unas recientes declaraciones de nuestro Molt Honorable y de Mónica Oltra sobre su manido retorno nos obligan a reflexionar nuevamente sobre algunas cuestiones relacionadas con la emblemática Dama de Elche («La Dama Ibérica, Valdés y Valencia». Levante-EMV, 30-06-2004). Así, nada hace suponer que hoy por hoy su regreso sea un clamor del pueblo valenciano y mucho menos de sus profesionales de la cosa patrimonial. Además, hablando con quienes emocionalmente se suman al carro de todas las reivindicaciones nacionales, es fácil observar que no saben muy bien por qué esa reclamación es justa, no lo es o para qué sirve. Por claridad expositiva dividiremos nuestros planteamientos en los grandes argumentarios que suelen esgrimirse habitualmente a favor de la reclamación de la Dama ilicitana: identitarios, patrimoniales y económicos.

Los argumentos identitarios. La Dama o Reina Mora fue encontrada en la Alcudia, nexo geográfico con la ciudad de Elche, con las tierras valencianas o con España. La dama fue vendida entonces al francés Pierre París, que oportunamente se desplazó hasta allí y fue expuesta en el Louvre durante muchos años hasta que la coincidencia de los regímenes de Franco y de Pétain hizo que ambos estados intercambiaran piezas perdidas de sus respectivas soberanías.

Como la dictadura franquista tenía una concepción fundamentalista de la «nación española», el volkgeist hegeliano, la Dama tras su paso por el Museo del Prado fue a parar finalmente al Museo Arqueológico Nacional (MAN) donde, junto a muchas otras piezas, pasó a formar parte de la respuesta a cuestiones identitarias de la nación-Estado española que se había afianzado desde el siglo XIX: un auténtico muestrario material de la sempiterna y atemporal, ahí es nada, esencia patria, a través de los objetos que conforman la identidad primordial hispana, previa a la construcción de la soberanía nacional.

La Dama de Elche no es, pues, en puridad, representante de ninguna identidad soberana que no sea construida. Los constructos auto-identitarios fabricados en los siglos XIX y XX se apropiaron, en diferentes grados, de los mitos fundacionales, memorias orales y tradiciones folclóricas de la Antigüedad con una finalidad de instrumentación política. La Dama históricamente no es española, como tampoco puede ser valenciana ni tampoco alicantina. La ciudad de Elche ni siquiera existía hasta el siglo X, en que los musulmanes la fundaron cuatro kilómetros al norte de la Alcudia, donde ahora se encuentra la aglomeración urbana que ha transmitido el topónimo de la medina Ils, que, a su vez, compartía con la romana colonia Ilici, y? la ciudad ibera de Helike. Nada menos que veinticinco siglos y más de 100 generaciones, con colonizaciones, aculturaciones, conquistas y reconquistas, nos separan del aristócrata ibero que ordenó esculpir la Dama de Elche, que borran todo lazo genético y cultural que pudiéramos compartir con aquellas poblaciones.

Los argumentos patrimoniales. El patrimonio no existe en sí mismo, sino que, como las identidades, se construye socialmente. Solo puede crearse como consecuencia de un discurso identitario, social y cultura coherente con la propia sociedad y tal como dijimos recientemente en estas mismas páginas „«Patrimonio histórico valenciano: medio centenar de preguntas en busca de respuesta» (Levante-EMV, 19-03-2016)„ los valencianos debemos decidir qué queremos como identidad patrimonial y cultivar todos los días el discurso patrimonial que ambicionamos para los próximos veinte años, porque más tarde, quizá tengamos otro distinto.

En el caso de que decidiéramos políticamente adoptar un discurso iberista, conviene no olvidar que disponemos de varios centenares de yacimientos en toda la Comunitat Valenciana, susceptibles de musealizar y habilitar para su visita cultural. Sin olvidar las causas objetivas por las que los valencianos no pudieron contemplar en 1998 la magna exposición internacional «Los iberos: príncipes de Occidente», que sí pudieron disfrutar los ciudadanos de París, Barcelona o Bonn.

Los argumentos económicos. Según los reclamantes, la Dama tendría un atractivo como motor económico de un determinado turismo más allá del de sol y playa. Ya sabemos que el turismo cultural es el gran mito de nuestra sociedad del post-capitalismo. El santo grial del desarrollo sostenible a través de la cultura. Los devotos del nuevo paradigma del desarrollo sostenible defienden una inaudita delegación ilicitana del MAN, del que nunca han existido sedes sucursales, para albergar la célebre escultura. ¿Pero ha mediado algún estudio, con estadísticas al apoyo, del flujo necesario de potenciales turistas y sus correspondientes ingresos para rentabilizar, siquiera sea culturalmente, una infraestructura de esas características? ¿En serio queremos fomentar una arqueología decimonónica basada en el exclusivo valor artístico de la pieza única o la obra de arte maestra? ¿Se ha ponderado realmente cuánto podría hacerse con una suma de dinero de esas características al servicio de una verdadera política patrimonial de ámbito territorial y comarcal?

Es posible que si se ejecutara una verdadera política patrimonial, se planificaran auténticos programas de investigación, se musealizaran yacimientos y se concibieran rutas por el rico patrimonio ibérico valenciano, al servicio de un verdadero Museo de la Iberización, estuviéramos legitimados para reclamar algo más que una bella labra en piedra caliza. Para alcanzar esos objetivos no hace falta importar sabios foráneos, pues bastaría con los eméritos ya existentes en las plantillas universitarias y de nuestros museos, como la maestra de arqueólogos Carmen Aranegui, y con las nuevas generaciones de doctores condenados a un desempleo crónico.

El mundo globalizado del siglo XXI, necesita de identidades multiculturales, transnacionales, de narraciones identitarias acordes con nuevas lógicas geopolíticas igualitarias, renunciando a las caducas teorías esencialistas del siglo XIX. Abandonar el volkgeist, el «espíritu de un pueblo», que inspiró a varias generaciones de europeos del siglo XX, con las nefastas consecuencias conocidas de las dos guerras mundiales, en beneficio de la libre pertenencia voluntaria, democrática y de vocación ética de validez universal. Proyectos como la gran exposición sobre la «Lusitania Romana» en el Museo Arqueológico Nacional, que supera las viejas divisiones entre Lusitania oriental y occidental que no eran, sino la división entre arqueólogos portugueses y españoles trabajando a ambos lados de una de las más antiguas fronteras europeas, contribuyen a esa nueva construcción identitaria europea.

Es posible que sólo cuando hubiéramos conseguido ese nuevo relato común, la Dama de Elche acabara siendo un simple objeto de deseo por parte de algunos arqueólogos nostálgicos de patrias como la imaginaria Sicania de Nicolau Primitiu. Una pieza de una soberanía irredenta, perdida en realidad en 1707, cuya titularidad nadie reclamaría en buena lógica histórica, para desilusión de una intelligentsia vernácula, sin más discurso que un imaginario iberista, mimético y seguidista de los cauces ahormados por el más rancio nacionalismo español.