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Una llama de hielo

Disponer de un congelador en casa resultó tan novedoso como llevar, en otro tiempo, una caja de fósforos en el bolsillo. Cuando el hombre aprendió a fabricar el hielo, se cerró un círculo. Poseía el fuego y su contrario, el hielo, aunque los dos quemaban.

Voy al mercado y compro como si luego fuera a tener hambre. Cuando llega luego, estoy inapetente y he de congelar la mitad de lo adquirido. ¿La congelación, me pregunto, es un invento comparable al del fuego? Quizá sí, pero el fuego se inventó hace un millón de años y la congelación, hablando en términos históricos, es de anteayer. Recordemos, si no, el comienzo de un clásico del siglo XX: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Yo mismo, habitante incierto del siglo XXI, conocí tarde el hielo. De pequeño, desde el portal de una casa del extrarradio de Madrid, veía llegar en verano al chico que lo vendía. Era un espectáculo casi de orden religioso, pues atribuíamos al poseedor del hielo poderes semejantes a los que nuestros ancestros prehistóricos adjudicaban al poseedor del fuego. El repartidor del hielo portaba sobre el hombro, protegido con un saco de arpillera, una barra que sujetaba con un garfio. Con un golpe de ese garfio partía un cuarto de la barra, o la mitad. Al golpearla, saltaban diminutos diamantes que se deshacían en el aire.

Años después aparecieron los frigoríficos eléctricos, con un congelador en el que podías fabricar tu propio hielo. Disponer de un congelador en casa resultó tan novedoso como llevar, en otro tiempo, una caja de fósforos en el bolsillo. Cuando el hombre aprendió a fabricar el hielo, se cerró un círculo. Poseía el fuego y su contrario, el hielo, aunque los dos quemaban. ¡Qué sorpresa, hallar en éste las mismas propiedades que en aquél!

Así que he congelado lo que compré para el hambre de luego y cuya visión sobre la mesa de la cocina me provocó inapetencia. La inapetencia suscita un pudor atenuado por la posibilidad de congelar. La congelación es como el revés de la cocción. En el fuego todo se acelera y en el frío todo se retrasa. Por eso el verano arde tan deprisa. Las semanas saben a días y los días a horas. ¿Se podría congelar el verano? Una llama de hielo, he ahí una imagen poderosa. Abrir el congelador y sacar una llama de hace tres meses para encender el fuego de hoy.

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